10. donde tus oídos no me puedan percibir

5 1 0
                                    

El brillante cielo iluminaba cada centímetro del reino celestial. Era un día tranquilo, ni Adán había estado merodeando por el jardín, consideraba que esos días tan silenciosos eran una especie de regalo divino. Respiró profundamente tras luego mirar su alrededor, los arbustos llenos de vida acompañado de preciosas flores aromáticas hacían el jardín un lugar especial para pasar el día.

Y se notaba, ángeles paraban a descansar en los bancos mientras disfrutan el aroma a flores, antes de tener que seguir con sus respectivas obligaciones.

Eva se encontraba sentada, en un largo banco de madera, mirando las flores con una sonrisa. Le resultaba fascinante como algo tan indefenso podría brillar y destacar tanto.

—¿En qué piensas?

Eva despegó sus ojos de la flores y miró la imponente figura.

—En ti.

—¿Debo sentirme halago o preocupado? —Se sentó a su lado.

—No lo sé. Pienso mucho últimamente. Desde que me prohibiste salir del jardín, las cosas se han puesto aburridas.

—Eva, tu puedes visitar cada lado del mundo entero, jamás te prohibiría algo. Sin embargo, solo te he dicho que primero te concentres en apagar el fuego.

—Es que, aquí nadie respeta mi luto. Has asesinado a mi hijo, ¿y quieres que arregle lo que has provocado? ¿Dónde queda mi dolor?

—Eva, yo no he asesinado a tu hijo.

Ella sonrió.

—Sabes que lo has hecho. Si quieres decirme pecadora está bien, pero también tienes que admitir lo tuyo.

—He oído que hay un ángel que te visita seguido. Tus árboles me impiden ver, deberíamos podar.

—Toca una sola rama de ellos y yo podaré todo con fuego eterno. —Eva lo miró, sonriente. —He aprendido a hacerlo.

Dios hizo contacto visual. Ella era tan bonita como ninguna otra creación, su piel pálido, ojos inexpresivos y labios rellenos carmesí eran la perdición de cualquier pecador. Acompañado de palabras suaves y cautelosamente venenosas, Eva lograba hipnotizar a cualquiera.

—Me amenazas. De nuevo.

—Tu lo has hecho primero. Me das un solo espacio pequeño para convivir y ahora quieres recortarlo, esto me molesta mucho. Estoy muy enfadada. —Rompió el contacto visual para mirar más allá de las flores, cruzándose de brazos. —¿Es qué acaso merezco todo este dolor?

—Eva…

—¡No, no me digas que me tranquilice! Yo jamás he querido desobedecerte, eres tú el que me empuja siempre a hacerlo. ¿Por qué me haces renegar tanto?

—Bien, admito mi error. No debí decir eso, no cortaremos tus creaciones. Tranquilízate ¿de acuerdo?

Eva volvió a hacer contacto visual, para su alivio.

—¿Lo prometes?

—Claro que sí. Eva, necesitas confiar en mi. Sé que te sientes extraña con todas estas emociones, pero si te pones en mi mano yo te guiaré hacia el camino correcto.

—¿Y si el camino correcto no me gusta? —Ella lo miro, con la cabeza inclina hacia un costado. —¿Me ofrecerías otro camino? ¿O solo tus humanos tienen esa oportunidad?

—¿De qué hablas?

—¿Yo también tendría tantos destinos como los humanos? ¿O solo ellos han Sido bendecidos así?

Luzbel. La palabra se le vino a la cabeza instantáneamente. Luzbel era quien había dicho eso antes, quien más renegaba a la hora de cuidar a los humanos, y ahora Eva lo repetía, con otras palabras, pero lo hacía.

El Rey EspiritualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora