I | Ayuda.

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Regulus Black era, sin duda, un chico muy, muy lindo.

De lejos se le notaba lo introvertido, lo refinado, lo caballero, la seriedad natural y el misterio que a Aurore tanto le habían atraído de aquel chico desde el día en que Sirius Black le habló de su hermano menor, señalándolo a lo lejos. No tenía razón para sentirse atraída a él, siendo que ni una vez habían hablado o cruzado una mirada siquiera, pero no iba a negar que a veces toda ella era incomprensible para cualquiera.

Casualmente, aquellas cualidades que Regulus parecía poseer eran todo lo contrario a su personalidad extrovertida, poco refinada y seguro nulamente misteriosa. Así, pese a que el menor de sus problemas era su capacidad para socializar, llevaba dos torturosos años viéndolo a lo lejos, sin tener la valentía de ir a hablarle.

No podía negar que le intimidada un poco, y eso era mucho decir para ella.

¿Aurore Meissa Di' Vouvant, avergonzada? Cualquiera que la conociera seguro se reiría de esa absurda idea, pero allí estaba ella, sin atreverse a más que mirarlo eventualmente.

Suspiró con cansancio, viendo a su libro de pociones con el ceño tan fruncido que sus cejas casi formaban una sola, como si el libro tuviera la culpa de que ella fuera una total cobarde.

—¿Por qué tan molesta? —le preguntó Alaska, trenzándole el cabello blanco con total tranquilidad mientras Aurore hacía casi todo el trabajo—. Conseguirás que el caldero explote.

—Lask tiene razón, Meiss —admitió Evadne a su otro lado, haciendo una mueca a la forma descuidada en que cortaba las ramitas—. Deja eso, ya lo hago yo.

Ella suspiró con frustración, dejándole el trabajo.

Aún recordaba que Sirirus la había llamado cobarde durante días por decirle que no se atrevía a hablarle a un chico que le parecía lindo desde hacía dos años, y aquello la tenía de muy malas pulgas.

¡Ella no era Gryffindor! ¡La valentía no era una cualidad de su casa!

Esta vez miró mal a su túnica azul, como si también tuviera la culpa de su miseria.

Murmuró entre dientes algo que ninguna de sus amigas entendió, y de lo que no quisieron ni preguntar. Ambas habían notado el humor de Aurore, y ya tenían experiencia en esas situaciones como para saber que lo mejor era no intervenir hasta que se le pasara.

Aurore removió el caldero con brusquedad, y Evadne tuvo que quitarle el palillo de vidrio al notar que la poción se espesaba más de lo que debía y aumentaba de tamaño, llegando peligrosamente al borde.

Aurore se sintió aún más frustrada. Ella era excelente en pociones, y que ese día le estuviera yendo mal justo en esa clase la terminaba de poner mil veces peor.

Sus amigas no sabían cómo preguntar qué le sucedía, porque desde el regreso a Hogwarts desde hacía unas semanas atrás Aurore había estado muy rara, y aquello les extrañaba en sobremanera.

—A ver, Meissa —le dijo finalmente Alaska, una vez que notó cómo se cortaba el dedo y se lo llevaba a la boca con cara de total amargura—. ¿Qué demonios te sucede? Actúas como si tuvieras cincuenta años de casada con un hombre gay.

Aurore sonrió con gracia, imaginando la escena por un momento. Luego su sonrisa se borró al imaginarse a Regulus en el puesto de su ficticio esposo gay.

Se horrorizó con la idea.

—No sucede nada —respondió al cabo de un rato de pensar su respuesta.

Evadne soltó una risa irónica que llamó la atención de los chicos de la mesa contigua. Aurore le sacó la lengua a un chico de Slytherin que le dirigió una sonrisa burlona y la miraba con una ceja en alto. Se llevaban bien, entre lo que cabía.

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