#1 SERIE MASKS
El peligro siempre fue un tema ajeno para Nadya Alekseev, quien, a pesar de ser hija del Sottocapo de la bratva, nunca participó en las oscuras dinámicas de su familia. Sin embargo, su tranquila vida da un giro drástico cuando unos e...
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Me encontraba en la escena de una tortura moderna, aunque en realidad, se trataba de una serie de ensayos interminables. Llevábamos exactamente dos días desde que mis tíos, con la mejor de las intenciones, decidieron que debía convertirme en modelo. Dos días de sufrimiento y dolor en mis pies, que aún no dejaban de quejarse por el uso de tacones.
Al principio, imaginé que el modelaje sería un camino de rosas, algo sencillo: caminar con gracia y sonreír al público, finalizando con un elegante giro. Qué ilusa fui.
—¡No! —El grito desafiante de mi tío interrumpe mis pensamientos y me sobresalta. Una vez más, el tirano del escenario me somete a su juicio—. Quiero que lo repitas, pero esta vez sin esa cara de mono.
—He repetido la misma caminata más de quince veces —reprocho, sintiendo cómo mis pies arden—. Me duelen los pies.
—Ese no es mi problema.
Con un largo suspiro que no logra liberar la tensión acumulada, me doy la vuelta y retrato mis pasos en el pequeño escenario que mis tíos han montado en su casa. Recuerdo cómo solía bailar y divertirme allí, con mi hermana y mis primos como público. Ahora solo lo miro con desprecio.
—¡Derecha! —me grita, y mi cuerpo se endereza al instante.
Me coloco de nuevo al inicio del escenario, un lugar que antes me llenaba de alegría, pero que ahora es un recordatorio de mi sufrimiento constante.
—Listo, ¿y ahora qué?
Mi tío se encuentra sentado en un mueble elegante, vestido con un traje que contrasta con mi sudadera, hurgando en una bolsa de papas fritas. Su mirada crítica me atraviesa.
—¿Ahora qué? —repite con incredulidad—. ¡Joder! Llevamos más de diez horas practicando, ya debes saber qué hacer.
—¡Tenme piedad! Solo dame unos segundos de descanso, tal vez una papa.
—No, olvídate de eso —me advierte mientras se lleva una papa frita a la boca, disfrutando de su crujido.
Su acto egoísta me saca de quicio.
—Bocón —murmuro entre dientes, incapaz de contener mi frustración.
—¿Qué dijiste? —me pregunta, entrecerrando los ojos.
—Nada, solo... ¿qué tengo que hacer ahora?
Su mano pasa por su rostro, notablemente frustrado. La incomprensión me abruma; la frustrada debería ser yo, que he estado en esta injusta dieta donde he sido privada de todo lo delicioso a favor de frutas y pollo asado.
Justo en ese momento, el sonido de un teléfono interrumpe la tensa comunicación. Mi tío responde y se levanta rápidamente.
—Quédate aquí —me ordena antes de darme la espalda—. No te muevas, ni pienses en comer alguna de mis papas.