Capítulo ocho.

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Debí morir

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Debí morir.

Dejar que clavaran la daga en mi cabeza, mientras que ellos disfrutaban presenciar como la vida dejaba mis ojos.

Los odio.  Y no los pienso perdonar. Luchare y buscaré con todas mis fuerzas escapar de este sombrío lugar en el cual fui sometida como una esclava y atada como un animal. Lágrimas de impotencia ruedan por mis mejillas una vez más por sentir la traición plasmada en mi pecho y el miedo en mi cuerpo semi desnudo, el cual es azotado por las ráfagas de frío que se cuelan por las rejillas de la ventana.

Como puedo junto mis rodillas a mi pecho, en un intento  vago para disminuir el frío. Sin éxito dejo caer mi cabeza hacia atrás apoyándola en el frío muro de piedra. Aprieto mis labios y cierro los ojos con fuerza, deseando que esto sea una pesadilla, anhelando estar en algún otro lugar.

Un sollozo me hace abrir los ojos alertada, ese no fue mío. Con curiosidad levantó la cabeza, buscando algún indicio de otra presencia, no pasan más de unos segundos cuando otro se escucha. Agarrando las últimas fuerzas que tengo me arrastro por el suelo rocoso, ignorando el ardor en mi piel y el miedo. Apenas llego al principio dejo que mis muñecas amarradas se sostengan de las barras.

—¿Hay alguien más aquí? —Susurro con el miedo apretandome el pecho, no quiero que mis raptores me escuchen. No tenía esperanza de alguna respuesta, pero esta no tardo en llegar de la celda a mi izquierda.

—¿Eli...?

Por un momento me quedo en silencio, dudando si lo que había escuchado era real o si ya estaba delirando. ¿Esa acaso era la voz de Arshley? No estaba segura si responder, tal vez seguía lo suficiente drogada como para imaginar voces.

—Se la llevaron, tienen a Keyla— Suspiros y lamentos ahogados retumban el lugar. Moviéndome hacia al frente dejo mi cabeza apoyada en las barras de metal sin saber qué hacer o decir. Ella era real, todo esto lo era.

Respiro hondo antes de responder.

—Vamos a morir.

—¡Cállate! —protesta—. ¿Esa es tu forma de tranquilizarme? Gracias por nada.

Arrastro mis dedos hacia arriba y abajo sobre el metal, sintiendo su áspera textura. Estaba en blanco, tenía miedo y no sabía que pasaría con nosotras, nunca fui buena dando palabras de apoyo, lo mio siempre fue solucionar. Pero ahora no podía hacer nada por ella, tampoco por mi.

Hago una mueca, esto me resultaba tan frustrante. ¿Debería volver a llorar y lamentar ser tan confiada? Llorar hasta que decidan matarme o aún peor, prostituirme.

Un escalofrío pasa por mi columna vertebral. Pensar lo último me producía malestar estomacal, preferiría morir asfixiada si la otra opción pasa directamente a la violacion.

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