Capítulo 31

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Malas decisiones

—Señora Victoria

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—Señora Victoria.

Cuando escucho mi nombre, levanto la vista del libro de Victoria del árbol "La tristeza del Samurái" que he estado leyendo durante casi una hora en mi oficina.

En la puerta estaba María José junto a Felipa que dejaba mi té en mi escritorio.

—Hola María José, ¿qué pasó?

—Vine hacerle compañía— camina y se sienta en el sillón junto a mí—. Ha estado metida aquí toda la semana —comenta María José.

—¿Y qué tiene eso de malo? Sabes que me gusta leer— digo sacándome los lentes poniéndolo en el mueble encima del libro que también dejo.

—¿Extraña a Carlos? —dice María José—. Sé por Alejandro que se fue de viaje.

Miro a Felipa que tiene una mirada dura estos días quien no me mira se concentra en endulzar mi taza de té, luego volver a centrar mi mirada en María José.

—Claro, que lo extraño ¿no extrañarías a Alejandro?— sonrío.

El otro día, después de la noche que pasamos juntos, Carlos fue a despedirse ya que se iba de viaje a Madrid por un proyecto; fue algo de último momento, según me dijo, lo llamaron. No niego que extraño su risa, su voz y su compañía, pero lo que realmente echo de menos y me mantiene pegado a mis libros es la conversación que tuve con Alejandro y el encuentro con Fernando. Trato de no cruzarme con él, pues imagino que ya sabe que Carlos no está.

Felipa me trae mi té después de endulzarlo y yo lo recibo. Sé que ella no está muy de acuerdo con mi relación con Carlos.

—Por su puesto— sonríe María José—señora Victoria... ¿recuerda el proyecto que una vez Fernando y Alex nos hablaron? recuerda.

—Sí, claro— digo llevando la taza a mi boca para tomar un sorbo.

—¿Qué fue de eso? ¿Ha hablado con Fernando?

Llevaba una semana sin escuchar su nombre y casi me ahogo al escucharlo. Siento un nudo en la garganta y un latido acelerado en el pecho.

—No he hablado con él, pero —dejo mi taza en la bandeja que tenía Felipa, tomo la servilleta de tela, la doblo para limpiarme los labios— supongo que está en marcha. —Intento sonar indiferente, pero sé que no lo logro.

—¿Qué le parece si la retomamos? —Me pregunta María José con una sonrisa forzada. Se refiere a la clase de pintura que solíamos tomar juntas.

—¿Retomarla? —Repito sin entusiasmo.

—Claro, mire, podemos dar ideas y tantas cosas, es un momento para compartir juntas además de distraernos. ¿Qué opina? —Empieza María José con voz animada.

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