prólogo

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"La Paz antes de la tormenta siempre es algo aterrador", recordaba haberlo escuchado de mi abuela cuando era niña.

Una tarde, durante la comida, le había preguntado sobre las treguas entre dos reinos extranjeros en guerra. Ella era una viejecita cascarrabias pero muy sabia; pasamos horas hablando sobre el tema. Pero ¿cómo no ser tan sabia? Después de todo, había sido una Reina durante mucho tiempo.

Durante mi infancia, pasé mucho tiempo con ella. Mamá solía decir que era su viva imagen. Ambas nos enorgullecíamos cada vez que la escuchábamos decirlo. Cada tarde, antes de la cena, ella me leía un libro y decía que las historias eran espejos de la realidad, ventanas que nos dejaban ver la bondad o la crueldad de la humanidad.

Después de leer muchos libros, ambas llegamos a entender lo que mi abuela me había dicho alguna vez. Creíamos que la paz antes de la tormenta no existía porque siempre se puede sentir cuando algo o alguien te está vigilando, cuando el peligro de algún monstruo está cerca.

Nunca pensé que tal vez era mucho más fácil ver las trampas de un monstruo si sus intenciones estaban plasmadas con tinta y papel.

Siempre decía que si estabas lo suficientemente concentrado, podías sentir la tensión en el aire, el frío que te recorre la espalda y el calor del peligro en las venas. Pero estaba equivocada; había olvidado que incluso el demonio fue alguna vez el ángel más hermoso, y que los engaños de un monstruo pueden venir de lo que parece perfecto. Poco a poco, uno puede empezar a envolverse en un baile engañoso que te lleva a un juego donde las jugadas y los peligros a veces yacen escondidos en las sombras, difíciles de ver, esperando un descuido, una distracción para hacer su jugada y acabar con tus piezas como en un juego de ajedrez.

De pequeña, siempre decía que nunca caería en la trampa de un monstruo. Me encantaba fantasear con historias donde era la heroína astuta que luchaba contra grandes monstruos y nunca caía en las trampas que el villano me tendía. Sin embargo, eran solo cuentos de infancia, relatos tejidos desde la inocencia de una niña pequeña, cuando todo aún no se había apagado.

Cuando tenía trece años, mi abuela, la Reina madre, enfermó gravemente. Tenía una enfermedad genética desconocida y sin cura, y pronto su cuerpo se debilitó quedando en cama. Me gustaba leerle, era como devolverle el favor por leerme cuando era niña. Poco después de cumplir quince años, ella dejó este mundo y con ella se apagó esa luz que alumbraba mi vida. Entonces, todo lo que había prometido y en lo que creía se fue desvaneciendo poco a poco. Las advertencias de mi abuela y sus buenos consejos se disiparon con el viento, desapareciendo sin que yo me diera cuenta.

Y entonces, sin la guía de las historias contadas por mi abuela, desperté en un tablero de ajedrez, siendo solo un simple peón, luchando por sobrevivir. Dos jugadores desconocidos moviendo el tablero y yo solo era un peón sin saber de qué lado jugaba. Nadie me controlaba. Pero ¿de qué me servía si había piezas mucho más importantes que yo? Entonces recordé que tal vez el peón era el más débil, pero si se esforzaba lo suficiente, podía convertirse en una pieza más grande, más poderosa y más peligrosa. Pero antes tenía que sobrevivir lo suficiente en el juego.

Como en todo juego de ajedrez, la primera pieza ya se había movido y detrás de ella, aún oculto entre las sombras, estaba aquel jugador siniestro, esperando.

"¿Sabes contra quién estás jugando?", preguntó. "¿Sabes quién es el enemigo?"

Esta es mi historia, la historia de cómo el juego estaba a punto de comenzar.

Sangre RealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora