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"Agustín me mira con odio en el rostro, pasa el bate de béisbol de una mano a otra mientras se muerde los labios y gesticula arrugando la nariz. Las aletas de la misma se agrandan con cada respiración fuerte que genera.

—¿Qué ostias haces imbécil? —espeto escupiendo sobre sus zapatillas. Entonces no lo duda, arremete contra mi rostro con la rugosa madera. El mareo es instantáneo, el dolor aumenta según pasan los segundos y la confusión se agolpa de golpe en mi cabeza. En mi boca, el sabor a metal es inmediato, acabo escupiendo por el exceso de este y con ello un trozo de diente que se ha roto. —Agustín, reacciona.

Los ojos parecen salirse de su órbita, no sé si sospechar que esté colocado o que ha perdido por completo la cabeza.

—Joder...— no lo pierdo de vista, observo como camina sin rumbo de un lado a otro de la habitación frotando su rostro con frustración. Me señala de repente con el bate. —Eres tú o yo amigo. No puedo decepcionar a mis padres, han invertido demasiado en mi futuro.

Comienzo a reírme por sus palabras, que asqueroso su sentido de la lealtad. Hermanos, decía, maldito hijo de puta traicionero. Si pudiera, estaría dándole una paliza en este momento.

—¿De qué estás hablando gilipollas? — en la oscuridad una sombra se acerca, es grande, mucho más que Agustín. Albert Gulliet tiene cara de pocos amigos, no necesita portar un arma para mantener a mi socio a raya. En sus manos reposa un teléfono móvil, quien este al otro lado de la línea, no lo sé. Pero, me doy cuenta de que a Agus le preocupa. Al lado de Gulliet dos hombres corpulentos se aproximan, rodeando a mi amigo y reteniéndolo por los brazos.

—Parece que vosotros dos no sabéis más que dar problemas. — pasea a nuestro alrededor mientras habla, observa la habitación y musita cosas que no logro escuchar. — Parece que os lo habéis montado bien, este sitio está escondido de puta madre. Qué pena que os tengáis que quedar sin él, no podéis joderme el negocio e iros de rositas, niñatos.

—¿Cómo? — Agustín alza la cabeza confundida, no creo que ese fuera el trato que tenían.

—Oh, podéis darme la mitad de vuestras ganancias aquí.

—¡Lo que quieras! ¡Quédate con todo si te apetece! — suelto de manera abrupta.

—¿Qué dices? ¿Sabes lo que he invertido en el prado? — grita Agustín desesperado.

—No vale más que tu vida, ¡idiota! — el narco se ríe, le divierte la situación. Entonces, lo veo acercarse hacia mí. Sus manos rozan las ataduras de las muñecas, liberándome.

—Deberías de buscar otros amigos, ya sabes que el que tienes te vendería por mucho menos. — susurra a mi oreja. — Me gusta lo que hiciste aquí, búscame si quieres hacer negocios. Te doy una semana, estamos a dos del nueve del noventa y nueve, para que no se te olvide.

El narco y los matones se marcha y es cuando siento que voy a lamentar lo que yo mismo empecé.

Como un golpe de locura me abalanzo sobre Agustín, haciendo que caiga por el frío suelo de hormigón. Golpeo su cabeza con fuerza, me confió, creyendo que ha quedado lo suficiente aturdido y camino tambaleándome para salir de aquel frío sótano bajo las instalaciones del invernadero. Agustín arremete contra mí, empujándome para que vuelva a confrontarle. Lanzo puñetazos al aire, esperando que alguno le dé en la cara, hago rechinar mis dientes y comienzo a notar como la tensión, el agobio y la rabia se apoderan de mí. Veo todo a mi alrededor a cámara lenta, cada movimiento sucede demasiado despacio y el calor es aún mayor en aquel lugar que hacemos llamar la nevera.

PROYECTO MENTE 🧠 EL MAL DE VIOLETA[BORRADOR][+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora