IV.Los consejos de mamá

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Cayo seguía entretenido haciendo carreras a lo largo y ancho del patio de su domus probando sus nuevas sandalias, aunque no podía parar de pensar en su hermana, y en su situación, aunque era un niño pequeño entendía perfectamente a su hermana, él también pensaba que el verdadero amor no consistía en el dinero o el poder, pero que podía hacer él, al fin y al cabo solo era un muchacho de 8 años sin experiencia en la Roma de hace 2000 años.
Julia estaba sentada, observando a Cato correr, en ese momento dedicó una mirada hacia la ventana de la habitación de su hija, se acordó de lo que había dicho Cato, se acordó del mal de amores que sufría su hija, como buena madre que era decidió ir a verla.
Julia se situó delante de la puerta del cuarto de su hija. Llamó
-Hija mía, ¿como te encuentras?
-Pasa mamá. Dijo Claudia con la voz rasgada.
Julia entró en el cuarto de su hija, Claudia estaba sentada en la cama, aún seguía llorando.
-Hija, tu hermano me ha contado lo que te ocurre.
Claudia no contestó.
-Sé lo difícil que es tener sentimientos por alguien que no te corresponde, verás, yo amaba a otro hombre, era un hombre sencillo, era un herrero pero como te ha dicho tu padre no tenía nada que ofrecer a mi familia, mi padre no se encontraba con nosotros cuando él vino a pedir mi mano, estaba en la guerra, mi madre me negó casarme con él, pero ante la ausencia de mi padre decidimos fugarnos, irnos lejos de Roma y jamás volver.
-Pero mamá, no te fuiste con él, ¿que pasó?. Claudia se empezaba a interesar por el pasado de su madre, que ella desconocía.
-Ya estaba todo preparado, esa misma noche nos iríamos de allí, pero aquel día los legionarios volvieron, mi padre era un legionario más, pero esa vez mi padre no regresó. Informaron a mi madre que había caído en batalla. No me lo podía creer. Estaba segura de que mi padre jamás habría querido que me casase con un herrero, entonces tomé quizás la decisión más importante de mi vida, no me fui con el hombre que tenía mi corazón y renuncié a él. Después de eso mi hermano mayor, el primogénito, decidió entregarme a un bravo legionario que aspiraba a ser general, cuyo nombre era Octavio Macro. Yo estaba tan destrozada que accedí sin rechistar a casarme con él, y aprendí a amarle.
-Vaya mamá, eso no lo sabia, ¿te arrepientes de no haberte ido con el herrero? Dijo Claudia.
-He pensado eso muchas veces, pero no me arrepiento de nada, mi padre siempre me dijo que no servía de nada arrepentirse de los hechos ocurridos en el pasado, como ya te he dicho aprendí a amar a tu padre, y el me dió dos hijos hermosos, a los que amo con locura. Claudia, has de saber que pase lo que pase, estoy segura de que aprenderás a amar a la persona que eliga tu padre para tí, y cuando tú tengas esta conversación con tu hija recordarás este momento, hija mía, las mujeres romanas han de ser fuertes, solo quedamos nosotras cuando nuestros hombres van a la guerra. Recuerda hija, siempre estaremos contigo en todo, pero llegarán decisiones que solo puedas tomar tú.
-Mamá, padre no me deja elegir a la persona con la que me casaré, ¿qué decisión hay que tomar ahí?. Contestó Claudia.
-Claudia, tendrás que elegir entre tu felicidad o la de los tuyos, al no irme con aquel herrero, renuncié a mi felicidad, pero hize feliz a mi madre y estoy segura de que también hize feliz a mi padre, aunque él no estuviera conmigo.
-Pero renunciar a mi felicidad...
-No es fácil, lo sé, pero tú eres fuerte, aprenderás a amar a cualquier hombre, por el bien de todos, estoy segura.
Aunque los argumentos de Julia eran convincentes, Claudia no terminaba de aceptar el hecho de renunciar a su felicidad.
-¡Mamá! ¿Podría comer algo? Era Cato, que llamaba a su madre.
-Tu hermano tiene hambre, ya casi es la hora de comer, venga hija, come algo, te sentirás mejor.
-De acuerdo mamá.
Mientras Julia y Claudia bajaban las escaleras en la cabeza de la hija pasaron diversos pensamientos ¿tendría que renunciar a su felicidad? ¿jamás volvería a ver a Cayo?
Decidió no torturarse más, abrazó a su madre y respiró hondo, pero no, ella no iba a renunciar a su felicidad, estaba segura de que la vida de las mujeres romanas tenía que ser más que eso. Estaba dispuesta a hacerlo todo por estar con la persona a la que amaba, Cayo.

Dejamos la domus, y nos desplazamos hasta la calzada que llevaba directa al lugar en el que se encontraba el emperador Vespasiano, Octavio había sido llamado por él, y ahora de dirigía a verle, aunque Octavio fuese un hombre muy seguro de lo que hacía, algo no podía parar de rondarle la cabeza, quien sino iba a ser que su hija Claudia y aquel muchacho al que ella amaba.

OctavioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora