No me lo puedo creer, otra vez tengo que dejar a mi familia para irme lejos cuando apenas hace unos meses que regresé de la última batalla. Pensaba Octavio. A veces desearía cambiar mi vida, a veces desearía no ser más general de nada. No quiero vivir con el miedo que se mete en mi cuerpo cada vez que pienso si volveré a ver a mi familia.
-Octavio, estás muy callado, ¿qué piensas? Dijo Augusto interrumpiendo los pensamientos de Octavio.
-Nada Augusto, en mi vida pienso, mi desgraciada vida. Contestó Octavio.
-¿Desgraciada vida? Yo si que soy desgraciado, el emperador me obliga a casarme con su hija, apenas nos hemos visto un par de veces, yo no la amo. Dijo Marco.
-Al principio ninguno amábamos a nuestras mujeres, aquí nadie se ha casado por amor, pero después aprendimos a hacerlo, y ahora todos tenemos una familia. Dijo Quinto.
-Pero yo no quiero una familia, yo quiero ser feliz. Replicó Marco.
-Marco, cállate, me recuerdas a mi hija. Dijo Octavio riendo. Marco frunció el ceño, aunque ante la mirada burlona del resto de sus amigos también acabo riendo con ellos.Iban marchando hacia Britania, tras de ellos iban los 5000 hombres que formaban las legiónes de Octavio, las legiones Halcón.
Los cuatro amigos iban a caballo, vistiendo la característica armadura romana, y el casco romano de general. Aunque las legiones Halcón las liderase Octavio, el emperador Vespasiano había encomendado a Quinto, Augusto y Marco parte de su cargo. Al fin y al cabo los cuatro eran los mejores generales de Roma.
Conforme se iban alejando de Roma el clima se volvía más frío y seco, cada vez eran más frecuentes las tormentas, y tenían que parar la marcha porque estas les impedían avanzar. Era ya de noche, habían montado las tiendas, las legiones estaban descansando y recomponiendose del duro viaje aún estaban a mitad de camino. Pararon a descansar en un valle. Tenían que llegar hasta las costas de la Galia, donde cojerían unos barcos para llevarlos a la isla de Britania.
Octavio descansaba en su tienda. Estaba postrado encima de la cama.
De repente algo le sobresaltó.
-¡Tártaros! ¡Son los tártaros! Gritó un legionario.
Los tártaros se dedicaban a asaltar campamentos o pequeños poblados, eran conocidos por su fiereza y su crueldad, nunca dejaban supervivientes.
Octavio se levantó, se puso la armadura y cojió su gladium (la espada romana).
Al salir de la tienda se encontró a una treintena de tártaros, allí fuera también estaban Quinto, Augusto y Marco.
-¡Octavio, tenemos que acabar con ellos, no nos van a fastidiar un puñado de salvajes! Dijo Augusto.
Octavio hizo una seña a sus amigos y pasaron a la acción. Se lanzaron sobre los tártaros. Luchaban bien, pero los romanos mejor. Octavio pegó varios espadazos y ya había acabado con la vida de dos de ellos. Marco dominaba el arco y las flechas mejor que nadie, disparó varias veces, unos disparos certeros, que acabaron con la vida de cinco. Augusto también portando su gladium degolló a tres de ellos. Quinto por ser el más viejo de todos no se quedaba atrás, portando gladium y escudo consiguió tumbar a dos para darles el golpe de gracia. Los legionarios también luchaban bien, las legiones Halcón eran las más disciplinadas de Roma. Las fuerzas de los tártaros eran cada vez menores.
-¡Aguantad, les estamos venciendo! Gritó Octavio.
En ese momento el líder de los tártaros en un último esfuerzo se abalanzó sobre Augusto portando un hacha. Augusto se intentó liberar de él, pero el tártaro era demasiado fuerte. Golpeó varias veces la cabeza de Agusto, hasta quitarle el casco y dejarle tendido en el suelo. En ese momento Marco vió el apuro en el que estaba su amigo, estaba lejos de él, cuando quisiera llegar ya sería demasiado tarde. Cojió una de sus flechas y la colocó en su arco, respiró profundamente y disparó, herró el disparo, no se lo podía creer, acababa de sentenciar a su amigo. El jefe tártaro rió, levantó su hacha y ante la mirada de Marco degolló a Augusto.
Marco pegó un grito, un grito de dolor, de impotencia, no se podía creer que su amigo hubiese muerto, y más si había muerto por su culpa. Lleno de rabia corrió hacia el jefe tártaro, que todavía seguía sobre el cuerpo ya sin vida de Augusto, no hubo piedad, sacó su gladium y le proporcionó un feroz espadazo que le tiró al suelo, sin pensarlo un segundo Marco hundió su gladium en el pecho del tártaro, con los ojos llenos de lágrimas.
Los tártaros restantes huyeron. Octavio miró a su alrededor, aunque eran muchos más en número, los tártaros habían conseguido acabar con la vida de bastantes legionarios. Los cuerpos sin vida de sus hombres estaban postrados en charcos de sangre. Era el panorama de la desolación y la muerte, muy conocido ya por todos.
Los tres amigos se reunieron. Aunque estaban llenos de heridas todos parecían estar bien.
-¿Dónde está Augusto? Dijo Octavio extasiado.
Marco miró a Octavio con sus ojos llenos de lágrimas y las manos llenas de sangre. Aunque no hubo palabras el mensaje fue claro para todos.
-No... no puede ser... ¡Augusto! Octavio comenzó a llamar a su amigo, su voz se iba quebrando cada vez más.
De repente, Quinto lo encontró.
-Octavio....
Octavio se acercó a Quinto. Ante ellos estaba el cuerpo bañado en sangre y sin vida de Augusto.
Octavio lanzó un grito sobrecojedor de dolor. Su mejor amigo estaba muerto.
La cifra total de caídos no superaba los 20, pero entre ellos estaba Augusto.
Octavio se dejó caer a los pies de su compañero, en ese momento no se pudo contener, lloró, lloró como nunca lo había echo. Quinto y Marco también lloraron, pero la desolación de Octavio era mayor. Levantaron a Octavio y se lo llevaron a su tienda. Marco no podía decirle a Octavio que Augusto había muerto por su culpa, si no hubiera fallado ese disparo su amigo todavía estaría con ellos. No encontraba valor para decírselo. Además, no era el momento. Octavio estaba desolado.
Ese era el precio que habían de pagar por ser soldados de Roma.
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Octavio
Historical FictionLa Antigua Roma, año 450 d.C, algo antes de que el Imperio Romano callera bajo la invasión bárbara Octavio Macro el general de las legiones Halcón (las más disciplinadas de todo el imperio) es enviado a tierras lejanas para destapar lo que el empera...