IX.En Camino

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Había pasado una semana desde todo lo ocurrido, Quinto seguía sin pronunciar palabra desde que atacó a Marco, Octavio ya se estaba empezando a recuperar del fuerte golpe que supuso para él la muerte de Augusto, y Marco había dejado de culparse por ello, se había unido mucho más a Octavio, estaban llegando a la Galia, en cuyas costas les esperaría el barco que les llevaría a Britania.
Marco tenía una expresión alegre en la cara, estaba mirando a su alrededor mientras caminaba al lado de Octavio como de costumbre.
-Marco, ¿te sientes dichoso hoy? Me alegra verte sonreír después de todo. Le dijo Octavio.
-Bueno verás, hoy es el cumpleaños de mi padre. Aunque él ya no esté conmigo es en estos momentos donde más cerca le siento. Le contestó Marco.
-Ciertamente así es amigo, recuerda a los que se fueron, porque ellos también te guiarán. Dijo Octavio.
En ese momento un oscuro pensamiento invadió la mente de Marco.
-Octavio... Dijo Marco cambiando el tono de voz. ¿Qué va a pasar con Quinto? Preguntó Marco.
-Quinto siempre ha sido un hombre un tanto frío, a pesar de todo es más mayor y más experto que todos nosotros, ya se le pasará. Contestó Octavio.
-Sí, tienes razón. Dijo Marco.
Continuaron andando durante todo el día, las legiones marchaban con normalidad, también se terminaban de recuperar del ataque tártaro pues también había minado sus ánimos y sus filas. Quinto seguía sin hablar con nadie, de vez en cuando se subía a su caballo blanco y se alejaba un poco de las legiones, otras veces bajaba del caballo y andaba a pie durante un largo rato, pero siempre lo hacía alejado de Octavio y Marco. De vez en cuando les dedicaba alguna mirada, pero era una mirada que no contenía sentimientos en ella, una mirada fría.
Octavio y Marco también montaban y desmontaban del caballo con frecuencia, Octavio tenía un caballo negro como el carbón que le había acompañando en todas sus batallas, fue un regalo que le hizo su esposa Julia, cada vez que acariciaba a su caballo se acordaba de ella y a su mente venían los frecuentes pensamientos de todos los momentos que había pasado con ella, y también pensaba en sus hijos todos los días, cada día al levantarse pasaba su mano por el brazalete que le había dado Julia en el que estaban escritas sus iniciales "JO". Añoraba también a su amada Roma.
Marco de vez en cuando le dedicaba una mirada a Quinto, que andaba alejado de ellos. Intentaba buscar su mirada para quizás romper esa situación, pero Octavio una y otra vez le decía que le dejase en paz, que ya se le pasaría. Marco montaba una yegua marrón, había sido un regalo del emperador Vespasiano por el compromiso con su hija, eso era uno de los pensamientos que invadían la mente de Marco con más frecuencia, él no amaba a la hija del emperador, esa era la frase más sonada en la confundida cabeza del joven Marco.
La noche se les había echado encima, durante el día habían parado de vez en cuando ya que las tormentas anteriores habían dado paso a un calor sofocante, y las legiones tenían que descansar.
-Marco, ordena a las legiones que paren y que monten el campamento, ya es de noche y ha sido un día muy largo. Ordenó Octavio.
-De acuerdo. Dijo Marco.
Mientras Marco ordenaba a las legiones que cesaran la marcha, Octavio se disponía a montar su tienda. En ese momento Quinto se acercó a Octavio por primera vez en días.
-Octavio, tenemos que hablar. Dijo Quinto con tono ronco.

OctavioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora