IV

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Rhaenyra copió los mismos cantos que su madre le cantó de bebé. Acaricia las hebras blancas de su princesita dormilona mientras la ve desde el lecho. 

— Mi niña —murmuraba la madre con el corazón en la garganta. Volver a ver esas pestañas claras y las mejillas rojizas fue como todo un tesoro, más que sentarse en el Trono de Hierro. 

El ambiente caliente gracias a la chimenea que las criadas de Lord Stark prendieron para su majestades, brindaban el calor que el invierno mataba. Sin necesidad de decenas de cobijas se podía conseguir una cálida noche. Sin embargo, esos ojos púrpuras no eran cálidos para la chica.

— Saera —llamó la reina con tono fuerte. 

— Majestad... —respondió Saera al instante con un carraspeo y postrada en su cama, sintiéndose agotada por la fiebre y el dolor de cuerpo. 

Los ojos de Rhaenyra se voltearon a los de su esposo. Él habló entonces. 

— ¿Qué deseas? —pregunta Daemon, el príncipe de las apuestas y astuto como un zorro —. Dilo.

Saera miró el techo de piedra. 

'¿Qué deseo yo...?' se repitió en sus pensamientos. 

Vaya que le era difícil pensar en sus propio deseo sin seguir las órdenes de su abuela. En el pasado, sus deseos se cumplían de acuerdo a lo que su abuela y madre creyeran conveniente. 

"Deseo un puesto en los jardines como dama de compañía de las..."

La respuesta de la abuela fue un rotundo no. En cambio, le otorgó viajar por el continente para conseguir más mujeres dothraki que eran salvajes en la cama, pero mustias en el día. 

"¿Algún día podré servirte, abuela?"

Saera Targaryen la abofeteó en la mejilla y le recordó su rango en esta casa: "para eso están los esclavos, no seas estúpida, no eres como esos mediocres. Tú no recogerás mi mierda ni me limpiarás el culo". Su nietecita contaba con la edad de 7 primaveras vividas. 

"Solo quiero un esposo".

Fue el deseo más reciente que se le fue negado. "Tendrás cuatro, quieras o no. Y le darás un hijo a cada uno". 

Visenya Targaryen fingió haber estado dormida, la princesa que en estos últimos meses durmió en el suelo de los profundos bosques donde animales salvajes las asechaban todas las noches, habló por Saera sin trabas. 

— Saera quiere un dragón. Le prometí a Ala de Plata si me sacaba de Rocadragón cuando Aemond invadió —respondió indiferente y acomodándose en el pecho de su madre. 

Hubo un silencio entre los reyes. Uno incómodo, que ninguna risa o grito pudiera romper. Pero la boca de Saera quiso interrumpir y corregir. Lo intentó, claro, mover sus labios y negar la petición era una tarea más sencilla que sobrevivir sin agua ni comida, pero su razocinio la hizo retroceder. 

No afirmó ni desmintió nada. Los reyes ignoraron las palabras de su hija y pretendieron no haberlas oído, pero ambos padres saben que cuando a la princesa se le mete algo en la cabeza es difícil de sacarsela, sobre todo porque fue criada por su padre que le enseñó a pagar todas sus deudas cuando sea necesario. En esta ocasión, más que nada, olvidó la astucia de zorro que Visenya casi siempre tiene. 

***

Se le asignaron, por parte de Lord Stark, cuatro criadas y damas de compañía a la reina, dos a la princesa y una a Saera. Vistieron a las sobrevivientes para el frío y en la tarde un maestre llegó para valorar su salud. Visenya se encontraba en un estado de desnutrición, tan delgada que los huesos de su espalda se mostraban sin marcarlos personalmente. Saera era un caso distinto. 

La amante de Reyes [Daemon & Rhaenyra Targaryen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora