VI

849 70 0
                                    

Días cansados y noches de desvelos para ambos monarcas y príncipes. El reino, los extensos siete reinos sostenía el aliento ante la decisión final de las negociaciones de impuestos. Daba igual la importancia de su papel en la corte, si poseía tierras o era el panadero del pueblo; cualquiera alza o baja de impuestos afectaría su cotidianidad de manera agresiva.

Rhaenyra y Daemon compartieron miradas cómplices leyendo las condiciones de los mercaderes. Estaban rodeados de maestres, sirvientes y sus hijos en silencio, por lo que una palabra lo más silenciosa posible se escucharía dentro de las cuatro paredes. Años juntos como esposos y compañeros de vida formaron la experiencia de poder comunicarse con las cejas y la expresión de sus ojos claros. 

Aplazarían el término de paz por lo menos otra luna más, es lo que entendió Daemon de esa mirada vacilante de su reina. 

Los maestres soltaron un suspiro. Ya era la cuarta vez que la corona rechazaba la oferta generosa (y no agresiva) de los comerciantes. 

Generosa para los lores del reino, no para la plebe, y Rhaenyra buscaba un equilibrio para ambos. Pero lo ve imposible. Dudando de si podrá encontrar una solución se levanta de la mesa redonda del improvisado consejo y detrás le sigue su gente. 

El largo vestido se arrastra por el suelo y anda por el piso tocándolo. Tela negra y roja en honor a los colores de su casa y con el significado de que la guerra todavía no ha terminado. Su trenza es su mayor escudo, representando su victoria tras la danza. Todos los maestres, que alguna vez se mostraron inclinados a los verdes, la ven poderosa y con el porte de reina.

— Majestad —un criado se acercó a la reina luego de verla salir por la puerta del consejo. Su aparición le dio alivio luego de estar esperandola medio día —. Un mensaje majestad.

Pero el esposo de la reina fue quién recibió la carta en nombre de su majestad. Leyó el contenido, Rhaenyra leyó el semblante de su esposo. 

— ¿Qué sucede? —se apresuró a preguntar, doblando aquel rostro de firmeza. — ¿Es sobre Visenya? 

No hubo una sola respuesta a la reina, en cambio Daemon miró por encima del hombro al joven Cregan Stark, quien se hallaban conversando con los maestres del consejo. 

***

La princesa Visenya no podía evitar sentirse culpable y las sirvientes no dejaban de preguntarse: ¿acaso la antigua princesa que no le importaba jugar con el cabello de las criadas, arruinar sus vestidos y sacarlas de sus casilla cada que hacía sus travesuras, murió? Porque, la reacción que está teniendo ahora no era propia de la princesa malcriada. 

Los maestres se movían con demasiada rapideza desde que Visenya declaró matarlos a todos si Saera moría desangrada. No era una reina, ni tampoco princesa heredera, pero sí la hija favorita del rey Daemon, que desde su nacimiento ha se ha encargado de hacerles saber a los sirvientes que pasar por alto los minucioso deseos de su princesita significaba traición a la corona. Igualmente los guardias y caballeros de Rocadragón lo sabían porque estaban a su costado respaldando las palabras de Visenya con la espada en mano. 

Mientras tanto Saera, que sufrió de un ataque por parte de Caníbal, perdía más sangre mientras era transportada a la fortaleza. Y los próximos días se volvieron para ella un martirio que una bendición. Cuando se acercó al dragón y lo vio dirigiendose hacía ella, aceptó su muerte y no pensó en remordimientos. Pero cuando despertó fue más miedo que felicidad. Porque estaba viva y eso significaba enfrentar las consecuencias y seguir luchando por el objetivo.

Y, ella de verdad ya se encontraba cansada. 

Por eso no sonrió ni mostró felicidad cuando despertó del ataque con cuatro maestres corriendo por toda la habitación y Visenya sosteniendo su mano con temor. 

La amante de Reyes [Daemon & Rhaenyra Targaryen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora