Capítulo 6

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Una angustiosa y opresiva sensación se instala entre mis órganos, retorciéndolos con violencia. No debería permanecer aquí por más tiempo, lo sé. Es bastante tarde, ni siquiera me he quitado la ropa que Patrick trajo al hospital para simular cuánto le preocupaba el bienestar de su único hijo. Tampoco obedecí ninguna indicación que los doctores exigieron cumplir: reposo absoluto, ingerir alimentos livianos, tomar mucho líquido, cero exposición al frío, etcétera. Nuestra calefacción está encendida, pero la habitación es demasiado inmensa, apenas percibo cierta calidez. El agotamiento pesa, me sofoca con intensidad, adormece mi cerebro e impide que piense correctamente.

No soporto tanto estrés.

Incluso poseyendo ambas muñecas enrojecidas y sangrantes, repletas de rasguños, todavía necesito clavar las uñas sobre ellas. Quiero gritar hasta que cada cuerda vocal pida clemencia, misericordia. Sigo atrapado bajo crueles pensamientos contradictorios, cuyo objetivo es quitarme la escasa cordura que tercamente intento preservar. Esta sádica indecisión acabará conmigo, será mi patético fin. Hace algún tiempo leí que existe un término para definir cómo dos ideas, emociones o creencias opuestas, generan discordia en la mente humana. Lo llaman "disonancia cognitiva", concepto que he descubierto por cuenta propia gracias a mis vivencias poco favorables. Causa ansiedad, sudor frío, incomodidad y malestar.

Hoy también tengo el jodido privilegio de experimentarlo.

Si estudio los terribles sucesos con morboso detalle, viéndolos desde una perspectiva externa, logro entender el comportamiento burdo del rubio. Su motivación fue más profunda que simples y vulgares celos, aunque se encuentre bastante relacionado: sentía miedo. Fred Hamilton era mejor opción como pareja, sin pasados tormentosos en común ni agresiones mutuas. Elegirlo habría sido lógico para él, incluso esperable. Temía que mantener nuestra amistad me hiciera notarlo, por ello decidió prevenirse utilizando amenazas supuestamente vacías. Puedo reconocer con dolorosa facilidad el origen de tales inseguridades, no hace falta analizarlo mucho cuando la respuesta es evidente, clara.

Durante seis años, bajo golpes y humillaciones, intenté trastornar la imagen que tenía sobre sí mismo. Destrocé su autoestima, le repetí día tras día cuán insignificante era, cómo nadie sentiría atracción por él. Jamás merecería recibir amor o siquiera cariño, siempre estaría solo, abandonado. Los comentarios maliciosos que Patrick soltaba fueron el combustible necesario para verter mi odio en Aaron, sin embargo no es ninguna justificación. Llegué a desnudarlo, acto jodidamente despreciable, con el único fin de burlarme.

Cualquiera terminaría traumatizado.

Todavía me resulta difícil saber hasta dónde creerle, sus reacciones corporales gritan veracidad, las dulces palabras que pronuncia se escuchan honestas, pero va más allá de eso. Esté diciendo verdades o mentiras, nada cambiará un hecho inquietante: Aaron Miller no fue impulsivo, premeditó cada movimiento. Si hago ligeros cálculos, recordando que envió los primeros mensajes en diciembre y mi discusión artificial con Fred ocurrió durante enero, estuvo cuatro semanas hostigándolo. Tétricos escalofríos me recorren el torso al imaginarlo tomando nuevas fotografías. Simplemente nefasto. Es irrelevante que ninguna haya sido obscena o explícita, incluso la mayoría parecían inocentes (solo un par contenía algo sugerente); aún así lo considero repulsivo, una falta de respeto e invasión a mi privacidad básica. Pudo habérmelo dicho, tuvo tiempo suficiente para arrepentirse, pero decidió guardar silencio.

Jamás lo hubiese descubierto si Dan Hamilton no intervenía.

El año pasado, cuando éramos dos extraños reencontrándose, nuestro vínculo no tardó en volverse corrosivo. Empezamos mal, existía demasiada hostilidad y recelo, ambos terminamos dañándonos sin consideración. Teníamos tanta frustración acumulada, recuerdos angustiosos escondiéndose bajo débiles superficies, que utilizamos la violencia como un método para desahogarnos. Pero toda aquella pútrida animosidad, el cruel resentimiento, se fue desvaneciendo al comprender lentamente los dolores y complejidades del otro. Cuando quisimos ser novios, meses después, las emociones negativas habían desaparecido por completo. Solo sentíamos complicidad, afecto.

Laguna Inestable |BL| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora