1 | dos

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—En lugar de quedarte mirándome las tetas, ¿te apuras a llevarme al hospital?

Mis palabras quedaron suspendidas en el aire. Al instante, me llevé la mano a la boca, horrorizada. ¿En serio había dicho «tetas» frente a Dylan Ledford? ¿Y lo había tratado como idiota? ¿A un asesino?

«No, por favor... no me mates», supliqué en silencio. Dylan entrecerró los ojos. No había ni rastro de diversión, solo la frialdad de un vacío mortal. Un escalofrío recorrió mi espalda. Si quería matarme, lo haría. Y lo haría sin esfuerzo, sin dudarlo. Ya lo sabía. El cadáver del hombre, en la oscuridad del bosque, me lo gritaba.

¡Compórtate, Emily!

—Tengo mucho frío, estoy empapada de lluvia —añadí, tratando de desactivar la presión del momento.

—¿Te dije o te lo dejé claro? Desnúdate —voceo, su tono duro, como si fuera lo más sencillo del mundo.

Mis palabras salieron sin mirarlo, mi cuerpo tenso, pero tratando de mantener el control:

—No, gracias. Prefiero seguir empapada a que me veas desnuda.

—Me estas mojando el auto.

Me encogí de hombros con el cabello en los hombros tratando de ocultar mis pechos bajo la camisa rasgada.

—¿Y qué? Es tu coche, no el mío —respondí, sin mirarlo, pero sintiendo su mirada perforando mi piel.

—No es solo el auto, es mi paciencia —gruñó, su voz más fría, como el hielo. La tensión aumentó.

—Bueno, ¿y qué quieres que haga? —solté, mi tono desafiante, el miedo aun estrujándome por dentro, pero empujando mi orgullo a la superficie.

—Lo que quiero es que dejes de jugar. Desnúdate.

—¡Claro que no! —chille con pavor y delire—. Además, ni siquiera lo has hecho tú...

De inmediato bajo sus dedos a su cinturón.

—Deja de hacer eso, para Dylan —dije, pero desabrocho el cinturón y de inmediato alce mi mano a su parte baja para detenerlo.

—¿Qué haces? ¿Quieres hacerlo por mí?

—¡Deja de molestarme! —chille con ganas de llorar y me abrace con repulsión—. ¡Mueve el auto y vámonos!

Lo miré de reojo, apenas atreviéndome a moverme, mientras las gotas de lluvia seguían golpeando las ventanas con fuerza. La tormenta afuera era menos feroz que la tormenta que se desataba en mi interior.

—¿Sabes Dylan? Todo esto es culpa tuya. Yo quería irme a mi casa.

—No seas molesta. Yo solo buscaba... —Se detuvo al pensar—. Yo quiero que me mojes, pero no aquí.

La lluvia azotaba el parabrisas, distorsionando todo a su paso. La niebla los tragaba a todos, la carretera, las casas... todo se desvanecía. Dylan conducía sin prisa, su rostro inmóvil, y yo sentía el peso del silencio como una cuchilla sobre mi garganta.

El hospital había quedado atrás, pero algo dentro de mí seguía gritando. Me estaba llevando a un lugar sólo, para matarme. Matarme de verdad.

—Dylan, eres la persona más mala que he conocido —dije, la voz quebrada, las lágrimas comenzando a formarse.

Dylan no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en la carretera, y su voz, fría y venenosa, cortó el silencio:

—Tú me besaste.

Mis palabras salieron en un susurro, quebradas por el miedo:

—Lo sé. Fue mi culpa. Pero... ¿me vas a matar? ¿Vas a vengarte por todo lo que te metí en este lío con esos asesinos?

DESCONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora