Epílogo: lo más verdadero que me ha pasado

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Pensándolo ahora, todo lo que han vivido tiene sentido.

El secretismo, el enamorarse en silencio sin que nadie lo supiera -al principio ni siquiera ellos mismos-, el año separados. Volver a encontrarse, dejarlo todo a un lado para ser felices. Mudarse al otro lado del mundo.

Tiene sentido todo aquello que no entendieron en su momento, todo aquello que les pareció mágico de lo bonito que era o que les frustró al no saber resolver. Lo bueno y lo malo, visto en perspectiva, se convierte en un todo, en un conjunto de decisiones y vivencias que los llevaron al punto en el que están en ese momento.

Ahora, pasados dos años desde su mudanza a España, todo tiene sentido. Lo bueno y lo malo.

Horacio, por ejemplo, no sabe por qué en su momento tuvo tanto miedo de no caerle bien a la familia de Volkov. Bueno, sí que lo sabe. Por supuesto que lo sabe. Pero lo que no sabe es por qué ese miedo le parecía tan real, tan posible, cuando al final las cosas acabaron saliendo bien.

Recuerda la primera vez que vinieron a visitarlos, la primera cena con ellos. Con los hermanos de Volkov la química fue instantánea, tenían personalidades alegres y parecidas que les hicieron entenderse a pesar de no hablar el mismo idioma. Estaba más tenso por comunicarse con su madre, con Volkov de traductor en la conversación, pero las cosas fueron bien. Naturales.

Ella quería que su hijo fuera feliz y Horacio no quería nada más que hacer feliz a su hijo. En seguida congeniaron.

Volkov, aún ahora, se sorprende pensando cómo el amor te cambia todos tus esquemas mentales. Su madre estuvo dispuesta a apartar a un lado los prejuicios con los que había crecido sólo porque ahora estaba viviendo un caso cercano a ella. Su hijo tenía una relación con otro hombre, y eran felices juntos. Interponerse en su felicidad era impensable, y eso la llevó a replantearse todo un sistema de creencias que había recibido de pequeña y jamás, hasta ese momento, se había parado a poner en duda.

Ahora, dos años después, ha aprendido el suficiente inglés como para hablar por su propia cuenta con Horacio cuando llama a Volkov. Aleksandra también pasa un rato hablando con él. Ambas lo quieren mucho, y Volkov lo sabe sin necesidad de que se lo digan directamente.

Y eso le hace inmensamente feliz.

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—Tenemos que llevar unas cuantas cosas aunque sólo estemos unos días —dice Horacio, sacando prendas del armario y tirándolas sobre la cama sin cuidado, como si no costaran cientos de dólares.

—Pero tampoco hacen falta tantas, hombre —Volkov sólo lleva un par de camisas y un par de pantalones, discretos y simples, además de la ropa interior y de dormir.

Horacio no desaprovecha el momento para insultar, una vez más, su manera de vestir. Dice que le falta color, que le falta variar de vez en cuando, y Volkov finge que le ofende cuando en realidad le hace gracia verlo así. Horacio deja de tirar las camisas a la cama y empieza a tirárselas a Volkov, que las atrapa al vuelo.

Hasta que Horacio se gira, con una camisa blanca en las manos.

—¿Te acuerdas? —Volkov la analiza, pero no necesita mucho tiempo para saber a qué se refiere, porque no es la primera vez que le hace la misma pregunta enseñándole la misma prenda de ropa.

Por supuesto que se acuerda de la camisa que Horacio llevaba puesta el día en el que se dieron su primer beso. Por supuesto que recuerda cómo la manchó con vino mientras ensayaban y cómo lo acompañó a su habitación a cambiarse, pero no fue eso lo que sucedió. Recuerda cómo le brillaban los ojos a Horacio y cómo no pudieron contenerse más.

Y ahora, años después, se acerca a él y le brillan los ojos de la misma forma, como si el tiempo no hubiera pasado para ellos dos.

Volkov lo agarra de la cintura y lo pega a él con un tirón demandante, y a Horacio se le escapa la prenda de las manos y la deja caer al suelo. Entrecierra los ojos, pero el beso no llega.

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⏰ Última actualización: Oct 13, 2023 ⏰

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