3- La casa perfecta

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John debía estar ciego, y no ser demasiado listo, para no entender que irse era una imposibilidad. Y una insensatez.

-Dos semanas es inaceptable -le dijo en lo que, suponía, era un tono comedido.

-Y yo ya te dije que son mis vacaciones. Tengo los vuelos comprados.

-Te compraré otros. Premium. Y te pagaré todos los taxis que necesites.

Lo vio dudar durante unos instante, pero, cabezón como era, y ciego, terminó negando con la cabeza.

-No, iré dos semanas. Era el trato.

-Nunca hicimos tal trato.

Mario nunca hubiera aceptado tal cosa, ¿verdad? ¿Acaso no veía John que su trabajo dependía de que él estuviera allí?

-¿Y qué se supone que haga yo mientras tú te vas de vacaciones? ¿Parar de escribir?

-No me necesitas para escribir.

Aquello no era cierto.

-No estaremos hablando de la comida, ¿verdad? -preguntó su editor, los ojos convertidos en meras rendijas furiosas.

-No.

No de todo, al menos.

-Bien. Te dejaré algo preparado para que cenes durante esta semana, y solo tienes que continuar yendo a comer donde María.

-¿María?

-Sí María. Dios mío, ¿no te acuerdas de su nombre? ¡La saludamos todos los días!

Y como parecía realmente indignado, Mario mintió:

-Claro que me acuerdo.

-Bien, entonces está todo solucionado.

John seguía sin entender nada.

-No puedes irte, al menos que me lleves contigo.

-No voy a llevarte conmigo.

-Perfecto, entonces...

-No, tampoco me voy a quedar aquí. Son dos semanas, ¿cuánto tiempo has vivido antes de tenerme a tu completo servicio?

Aquello no importaba en absoluto, porque aquello había pasado hacía una eternidad, pareciera.

-Te pagaré el doble.

-No.

-El triple.

-No se trata de eso. Hace mucho tiempo que no veo a mis padres, y la última vez que lo hice fue en condiciones horribles. Voy a ir dos semanas. -Y porque lo sabía necesario, John agregó-: solo.

Y así se decidió todo, sin ningún consentimiento de su parte. John se marchó a la mañana siguiente, maleta en mano y mirada preocupada. Si estaba preocupado, ¿por qué se iba? Mario se negó a llevarlo hasta la estación, al menos hasta que lo vio sacar su teléfono para pedir un taxi.

-No, espera. Yo te llevo.

Lo escuchó suspirar, pedir paciencia al cielo y enfilarse hacia su coche. Quizás si se le pinchaba una rueda no llegaría a tiempo.

Por supuesto, las ruedas no se pinchan cuando uno quiere, al menos que uno haga algo específico para ello. Como Mario no podía parar el coche, bajarse y clavarle un destornillador a una de las ruedas, aun llevando uno en el maletero, llegaron perfectamente a tiempo a la estación de trenes.

-Mándame los textos que necesites, los leeré y te los devolveré revisados.

-No necesito tus revisiones.

Una perfecta historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora