Capítulo 11

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Con sus cabellos rubios y su acento estadounidense, aquel que se había presentado ante Borja con sonrisa radiante se había convertido en una criatura intempestiva. Borja había navegado a través de aguas turbulentas cuando le contó la verdad, y a partir de entonces su relación con aquel desconocido que compartía nombre y apellido con su John se había convertido en algo complicado de explicar.

En Nueva York John se despidió de él con un golpe leve sobre su hombro, diciéndole, quizás en broma, quizás no, que esperaba que sus caminos no volvieran a cruzarse.

No iban a tener esa suerte.

En Madrid, poco antes que pudiera contarle todo a su John, el neoyorkino lo llamó. Había sido una sorpresa, puesto que el número que apareció en la pantalla de su teléfono era el de un desconocido. Su voz, no obstante, era difícil de olvidar.

-¿Podemos quedar a comer este sábado? -le había preguntado, y Borja, mudo, asintió-. ¿Borja?

Borja era idiota.

-Sí, está bien -contentó, ahora sí, en voz alta.

-Puedes mandarme la ubicación de algún restaurante que conozcas -le dijo John, y Borja volvió a asentir.

Esta vez John colgó, sin necesidad de confirmación oral. Borja miró su teléfono por unos momentos, preguntándose si aquello era buena idea.

Efectivamente, no lo fue.

Ambos comieron en un silencio tenso y para cuando se despidieron Borja solo pudo suspirar, aliviado. La siguiente vez que tuvo noticias de él fue mucho tiempo después, con un mensaje en su buzón de voz que hablaba de alcohol y arrepentimientos.

-Se lo he dicho todo a Mario, pero a él le ha dado absolutamente igual -lo escuchó decir.

No parecía estar llorando, pero sí muy borracho. Borja lo llamó, pero no obtuvo respuesta hasta el día siguiente.

-¿Comemos? -le preguntó John tras contestar Borja su llamada.

-¿Cuándo?

-Hoy.

Y porque Borja se sentía aún responsable, aceptó. No estaba muy seguro de que el asunto fuera a ir mejor que la vez anterior, pero, aún así, se vistió con su americana oscura y sus jeans y salió de su apartamento para encontrarse con aquel John de ojos tristes.

-Te ves fatal -fue su saludo al sentarse cuanto al neoyorkino. John le observó en silencio, llevándose su cerveza a los labios tensos.

-¿Cómo te fue con tu John?

-¿Con mi John?

-Sí, aquel con el que te ibas a casar y al final no pudiste.

A veces aquella persona tenía una vena malvada, pensó Borja.

-Bien. Tenemos conversaciones más o menos frecuentes.

-¿En serio? ¿Y de qué habláis? ¿Del tiempo? ¿Delas últimas noticias internacionales?

-No, usualmente de Montessori.

John se echó a reír, derramando un poco de su cerveza sobre el mantel.

-Pobre bastardo.

-¿John?

-No, tú. Conseguiste lo que querías, pero solo a medias, ¿verdad?

Aquello era el eufemismo del año.

-No me esperaba más -mintió, y no engañó a nadie. John le miró, ahora sí, con lástima, y Borja se sintió herido.

Una perfecta historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora