4.De perfectos desconocidos

144 20 17
                                    

Quizás me he metido en una camisa de once varas.... Espero que os guste el capítulo.

Notas aclaratorias al final.

Mil gracias por todos vuestros comentarios.


......-----



Para diciembre John fue consciente de que se había mudado con Mario Montessori. No de manera oficial, pues cada uno tenía las llaves de su propia casa, pero aquello poco importaba cuando uno ya no sabía dónde terminaba su vida y empezaba la de su jefe.

Para mediados de mes, John descubrió el odio de Mario hacia la navidad. No sabía si podía llamarlo odio realmente, pero era una actitud cínica que parecía fuera de contexto en una ciudad que empezaba a vestirse de colores festivos. John, además, amaba la navidad. Le gustaba pasear por las calles de Madrid empapándose del ambiente familiar. También le gustaba perderse entre el gentío mientras se bebía uno de aquellos vasos gigantes de chocolate a la taza, espeso y caliente, acompañado de churros. Uno no podía encontrar ese tipo de chocolate en Inglaterra.

John paseaba frente a los escaparates sin comprar, consciente de aquella pulsión que a veces lo llevaba a mirar su cuenta bancaria, deseando... Aquel año, no obstante, fue diferente. Porque por primera vez en algún tiempo tenía ahorros suficientes como para permitirse el capricho de comprar un buen regalo a su familia; Y a sus amigos. A una semana de Nochebuena, John se adentró en unos conocidos grandes almacenes para salir, dos horas después, con las manos repletas de bolsas cargadas de lazos de colores. Llevaba un hermoso vestido para su madre, que John se aseguraría que estrenase aquella misma Nochevieja. También llevaba un libro de comida tradicional española para su padre, quien se entretenía a veces tratando de cocinar.

También había comprado algo para Mario, solo que no sabía aún si iba a entregárselo.

Tres días antes de que tuviera que volar a Inglaterra para pasar los días de navidad con su familia, y visto la actitud evasiva de su jefe, John decidió plantarse ante él con los brazos en jarra para tomar el toro por los cuernos.

-Recuerdas que me voy en tres días, ¿verdad?

-Sí.

Lo vio rodar los ojos, como si la estupidez humana le frustrase. John apretó los labios, enfadado.

-¿Dónde vas a pasar las navidades?

-Aquí, ¿dónde sino?

¿Y tú familia? Le hubiera gustado preguntar. ¿Tendrás a alguien contigo? Como estaba fuera de lugar, prefirió encerrarse en la cocina para preparar una lasaña de carne. Era su modo de disculparle por dejarlo solo en unas fechas tan especiales.

La culpa, no obstante, no desapareció. Lo vio caminar de aquí para allá y, para cuando se dio cuenta, Mario llevaba sin salir a la calle más de una semana.

-¿Qué ha pasado con tu investigación de campo? ¿Ya no quieres que vayamos a las cafeterías a espiar a la gente?

-Yo no espío, solo observo. Algo que deberías hacer por ti mismo también.

No le contestó y John suspiró, malhumorado.

El día de su viaje subió hasta el piso de Montessori con una bolsa enorme debajo del brazo. Su jefe le abrió en pijama, con la manta colocada sobre sus hombros delgados y cara de querer volver a la cama.

-¿Aún no te has ido?

John ignoró el tono de voz y simplemente le entregó la bolsa, empujándola tan fuerte contra su pecho que lo vio trastabillar hacia atrás.

Una perfecta historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora