Madrid, abril de 2023.
Había sido un día complicado. De esos que dejan a uno exhausto y herido, con el corazón encogido y una falsa sonrisa dibujada en labios tristes. El acontecimiento había tenido lugar en un hermoso paraje de la sierra madrileña, muy cerca del fastuoso paisaje de La Pedriza. Allí, en una finca con nombre de señora antigua, los invitados se habían engalanado y perfumado, mostrando sus mejores sonrisas para las fotos. Olía a monte y a jazmín, a perfume caro y a chocolate fundido.
Era un día precioso.
Habían decorado dos árboles inmensos con un arco de tela y flores. Tonos rosas que se mezclaban con azules y blancos. De fondo, las montañas.
Era un día perfecto.
Los invitados habían sonreído durante todo el espectáculo, estirados sobre sus sillas y con los dedos entrelazados sobre regazos cada vez más nerviosos. Ellos nunca perdieron las sonrisas. Ni cuando John miró por tercera vez su reloj, con rostro preocupado; ni cuando su padre se acercó hasta él, la voz baja e intranquila.
-¿Dónde está? -había preguntado. John no tenía respuestas.
Sí, era un día precioso.
Alguien más vino. Un empleado que se acercó hasta él para hacer más preguntas.
-¿Hay algún problema? ¿Sabe cuándo va a llegar el novio?
John tampoco sabía.
-Pronto -fue cuanto dijo.
Un niño le preguntó cuándo podrían comer. Al parecer tenía hambre. Claudia, su increíble Claudia, se acercó para mostrar un aplomo que nadie más parecía sentir.
Cincuenta minutos después la situación parecía bastante clara.
-Lo han dejado plantado en el altar -cuchicheaban algunos.
John, afortunadamente, no se desmayó.
Madrid, junio de 2023.
La caja pesaba mucho menos de lo que hubiera esperado. En ella llevaba, después de todo, siete años de su vida. Una maceta sin planta, un marco vacío y tres carpetas antiguas era todo lo que, al parecer, había conservado. A su alrededor todo el mundo guardaba silencio, como si temiesen romper la solemnidad del momento con algún comentario fuera de lugar. John no podía culparlos.
Frente a él, Silvia se erguía cruzada de brazos, su pelo oscuro recogido en una coleta alta y sus ojos, casi ocultos tras el marco grueso de sus gafas, fijos en él. Ella lo odiaba. Lo había odiado siempre, pensó, pero ahora aquel odio se mezclaba con una suerte de superioridad que era fácilmente reconocible en su rostro estirado. Qué le aproveche, pensó. Que tomara todo aquello que siempre había deseado y que le dejase en paz.
Fernando, con quien John había compartido desayunos desde hacía años, le tendió una fotografía.
-Te dejas esto -susurró, sus ojos apesadumbrados.
Era una foto de todos ellos, de alguna de las fiestas que habían tenido en el último año. Allí estaban Fernando y John. Y también él.
-Puedes quedártela.
O quemarla.
Fernando le ofreció ayuda con la caja, pero John lo rechazó. Pesaba menos que una caja de leche. Ella, Silvia, le acompañó hasta el ascensor, como si aquel pasillo de la vergüenza fuera un hito triunfal en su carrera. Quizás lo era. Enrique, el guarda de seguridad que guarecía las puertas de la empresa, se despidió de él, una sonrisa amable en sus labios gruesos. John iba a echar de menos el verle todas las mañanas. Con esos cabellos negros y esa sonrisa de zorro atractivo. Sí, John le echaría de menos.
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Una perfecta historia de amor
RomanceEn abril perdió a su prometido. En junio perdió su trabajo. Poco después lo conoció a él, un perfecto y mentiroso desconocido.