Quien había dicho que Sevilla tenía un color especial, había tenido más razón que un santo.
Para abril, Sevilla se vestía de flores. De flores y de vestidos; De carpas y de sevillanas y de rumbas. En abril, Sevilla se engalanaba con sus mejores trajes, se perfumaba y salía a las calles a pasearse.
La multitud se agolpaba entre pasillos entumecidos de risas y borracheras, con sus pendientes de oro o plata y sus zapatos de tacón.
Para abril Sevilla brillaba con luces propias y ajenas.
-¿No vas a beberte eso?
Borja miró a su derecha, donde un hombre entrado en carnes le señalaba su copa de vino. Tenía un bigote abundante y unos ojos desagradables, de esos que uno espera ver en un villano de película. Borja solo suspiró, desviando la vista de su progenitor.
-No, es una basura de vino.
Al otro lado, una exuberante rubia, joven y vestida con un vestido ajustado, se apretaba contra Mauricio Casanueva sin importar demasiado el anillo de matrimonio que relucía en su dedo rechoncho.
Borja se levantó de golpe, asqueado, y salió, buscando respirar un aire que no estuviera viciado por la deshonra y el alcohol. Allí solo le esperaban más desconocidos que palmeaban su espalda como si fueran amigos de toda la vida. Borja sonreía, porque no podía hacer otra cosa, mientras los dejaba atrás, buscando entre la aglomeración de gente dónde conseguir un taxi que lo llevara a su casa.
Fue un camino largo en medio de un tráfico imposible, pero le permitió cerrar los ojos y simplemente claudicar ante lo que se atoraba en su garganta, amargo y desagradable.
Hoy hacía un año. Un maldito año. Habían sido los 365 días más complicados de su vida, sin un maldito descanso para su mente o su cuerpo. Había recorrido mundo, más o menos, y despachos. Había buscado soluciones allí donde no parecía haberlas. Y se había entregado a la desafortunada costumbre de beber. Porque el alcohol todo lo apagaba, desde el dolor hasta la culpa.
Sí, hoy hacía una año desde que Borja había tomado la peor decisión de su vida, guiado por un desconocido que había terminado, en un abrir y cerrar de ojos, con toda aquella felicidad que había construido junto a él. Junto a John.
Un año después, en un abril inusualmente caluroso, Borja guardaba aún su traje de novio en el armario. Revestido con su bolsa de plástico y tela, y a buen resguardo del polvo y del tiempo.
Una vez en su casa sacó del bolsillo su teléfono, que se desbloqueó ante el mero roce de su dedo y mostró, como fondo de pantalla, un rostro pálido y sonriente que le miraba con amor. ¿Qué mostrarían aquellos ojos castaños ahora? ¿Qué dirían de él después de tanto tiempo de silencio comprometido? Borja podía imaginárselo, la verdad, porque John nunca fue una persona discreta.
Tenía tantas ganas de verle, pensó. De volver a tocar aquella sonrisa que tantas mañanas le había despertado con un beso.
-Solo una vez -murmuró a la nada, y la nada no le contradijo, por lo que terminó metido en una de tantas redes sociales donde la vergüenza le llevó a bloquearle. Pero John seguía allí, con su usuario de nombre común y aburrido, y aquella foto de perfil que mostraba la Puerta de Alcalá.
Un año y pocas cosas parecían haber cambiado, aun cuando su mundo se había destrozado por completo.
Borja nunca llegó a pasar de la primera imagen no obstante, porque él estaba allí, sonriendo como si nada hubiera pasado, con sus cabellos rubios al sol y sus bonitos ojos castaños parpadeando a la cámara.
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Una perfecta historia de amor
RomanceEn abril perdió a su prometido. En junio perdió su trabajo. Poco después lo conoció a él, un perfecto y mentiroso desconocido.