8. Y vuelta a empezar

148 12 3
                                    

La primavera llegó, como cada año, el 21 de marzo. Para entonces Madrid seguía vestida de invierno, con temperaturas bajas y árboles desnudos. Había sido un invierno extraño, de esos que llegan tarde y parecen eternos. Para cuando arrancó abril, no obstante, las primeras flores se dejaron notar, discretas e indecisas. John amaba ir a los parques de Madrid, sobre todo a aquellos que, como el Capricho, se engalanaban de colores exóticos. Paseaba entre sus árboles con una sonrisa en los labios, tomando fotos de todo aquello que le llamaba la atención mientras se dejaba envolver por el ambiente tranquilo.

Aquel año, además, tuvo un acompañante. La primera vez que se escapó de casa para perderse entre hojas verdes y exuberantes Mario no dijo nada. Cuando lo vio regresar con una sonrisa enorme, no obstante, lo miró durante lo que parecieron horas. La segunda vez que John desapareció en horas desacostumbradas, Mario tampoco dijo nada. Al regresar lo esperaba con la comida sobre la mesa y sus cejas enarcadas.

La tercera vez se colocó frente a la puerta, impidiéndole el paso.

-¿Adónde vas?

-A dar un paseo.

-¿Adónde?

John ladeó la cabeza, confuso.

-Al Capricho.

Por supuesto, Mario no sabía de qué hablaba. John tuvo que llevarlo con él y Mario se aburrió a los quince minutos. Por supuesto.

-Sabía que esto iba a pasar. ¿No te gustan los documentales sobre naturaleza?

-Eso y esto son cosas diferentes.

John no lo creía así, pero lo dejó pasar, comprándole un refresco para que dejara de quejarse. En ocasiones se comportaba como un niño pequeño.

Fue durante abril que Mario decidió viajar a Asturias. Avisó a John con dos días de antelación, por lo que, al principio, este se negó a acompañarle.

-No puedes negarte -le dijo en tono serio, y John se echó a reír.

-Claro que puedo, señor yo consigo lo que me da la gana. Este fin de semana tengo planes, por lo que no voy a viajar en dos días. Estamos a martes, maldita sea.

-Cancélalos.

-No.

-¿No?

-No.

Lo vio fruncir aquella boca de querubín y cruzarse de brazos, ofendido. John sonrió, sin poder evitar el sentimiento agradable que se extendió a través de su pecho. Debía estar loco para encontrarlo adorable.

-Puedes venirte este fin de semana.

-Tu amiga me odia.

-No te odia, es solo que siempre le dices cosas que no debes decir.

-No es mi culpa que sea tan susceptible.

-La última vez le dijiste que su ropa se parecía a la de tu abuela.

-Era verdad.

-No lo es, pero, incluso si lo fuera, deberías haberte mantenido callado. No tienes ningún filtro en esa boca tuya.

-Te encanta mi boca.

-Sí, pero cuando está callada.

-Mentira.

Sí que era mentira, pero John decidió besarlo para que guardara silencio. Finalmente Mario viajó solo, porque, por lo visto, sí que tenía cosas que hacer en el norte que no podían retrasarse. John se quedó allí, en una cama repentinamente enorme, el fin de semana.

Una perfecta historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora