Ambulante

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En una ocasión, me enfrenté a un abismo reflejado en ojos cian, donde el hambre insaciable por conquistar el mundo brillaba intensamente, sin miedos para detener su avance. Para esos ojos, me metamorfoseé en una deidad capaz de hacer realidad todos sus deseos, y diseñé mi universo para acomodarlo al suyo. En su percepción, me elevé como el epicentro de su existencia, y su vida se convirtió en una prolongación de la mía.

Posteriormente, tropecé con un joven temeroso, anhelando transformarse en algo que no era. Para él, me convertí en la personificación del bien, en poesía y en ideales. No obstante, lamentablemente, ese joven nunca pudo vislumbrar la verdad que yacía en su interior. En su percepción, fui la diferencia, pero también desencadené sus miedos.

Después de una tormenta, me encontré con un forastero de ojos inusuales, un corazón joven y ansioso. Para él, dejé de ser yo y me transformé en él mismo. Inicialmente, representé la fuerza que lo impulsaba, pero con el tiempo, esa misma fuerza se tornó aterradora. En su mundo, me convertí en un demonio.

En el averno de mis vivencias, me topé con la belleza, pero para ese ser, fui la nada, porque un narciso solo se refleja a sí mismo. Posteriormente, entre las flores, encontré el equilibrio entre lo masculino y lo femenino. En ese momento, me volví cobarde y atemorizado.

A medida que el tiempo avanzaba, me crucé con el signo, y en sus ojos, divisé una imagen distorsionada de quien soy. En su perspectiva, me erigí como la muerte, un faro en la oscuridad, al anochecer, topé con el muisca, quien, a su manera, trató de comprenderme, pero temió adentrarse en el misterio que guardo en mi pecho, y se alejó.

Tal vez me teman a causa de mis rizos rojos o de mis ojos de ébano, pero en cada encuentro, en cada reflejo, en cada mirada, me enfrento a la continua metamorfosis de ser aquello que desean, y a la vez, lo que temen encontrar.

En cada interacción, me transformé en una versión que superaba sus expectativas o en la nada misma. Para el ambicioso, fui una sorprendente ingenuidad, para el niño, un misterio sobre su futuro. Para el extranjero, un oscuro obstáculo en su viaje. En los ojos del narciso, representé una realidad que él prefirió no reconocer. Para el signo, encendí una tenue chispa de esperanza, y en el muisca, fui el enigma que él eligió evitar. Pero, ¿quién fui yo para ellos o ellos, en su diversidad, fueron el reflejo de mis múltiples identidades?

Andy Martz

Cartas Perdidas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora