Capítulo 2 (parte 4)

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La semana había pasado con mucha lentitud. El jueves por la noche, nos encontrábamos con el ajetreo en el restaurante mientras entraban y salían platos de la cocina con rapidez.

Ya habían dado al ganador de la semana y le resultado había sido Anne, que la próxima semana iría a cocinar a la cocina principal de Raphael. Habíamos descubierto que ese hombre, disfrazado de rufián, en realidad era una ternurita.

—¡Media hora más! ¡Resistan, niñitas, yo invito las copas! —exclamó Anne mientras Alex y yo terminábamos de preparar dos de nuestros platos principales. La cocina era una locura, pero todos nos acomodábamos a la perfección sin interferir en los trabajos de los demás.

Estar tanto tiempo en la cocina me había ayudado a alejarme de los hombres. No había vuelto a ver a Lorenzo, y mucho menos vuelto a contestar a BigDick, que todas las noches me deseaba un buen descanso. No olvidaba lo bien que me había llevado con él, pero no quería tener ilusiones con ningún hombre, y mucho menos si me caía bien, porque cabía la probabilidad de que cometa estupideces como con Lorenzo que ingenuamente creí que podía negar mi atracción hacia él.

—¿Tan pronto ocupas mi lugar? —se escucho la voz de Raphael en una de las esquinas de la cocina mientras era el que despachaba los platos y escribía en una libreta algunas anotaciones sobre la estética de los platos. —¡Excelente, Beatriz, sigue así! —felicitó cuando finalmente vio el mío.

—Muy bien, guapa —agasajó Alex con una palada en el hombro.

Una hora después, todos estábamos listos para ir a beber unas copas pese al cansancio. Todos nos habíamos vestido en los vestíbulos del restaurante y estábamos felices de, al fin, poder tomar un respiro para beber una copa.

Había logrado conseguir un chofer gracias a Raphael, que gustosamente había puesto uno a nuestra disposición. El anciano era un amor de persona, y todos le estábamos muy agradecidos.

Veinte minutos después, nos encontrábamos en la fila de I Candelai.

Recordé haber conocido a Lorenzo en ese lugar, y estaba segura de que iba a cruzármelo si Andrew estaba aquí para ver a Anne, pero estaba segura también de que lograría ignorarlo a la perfección. Eso era un punto a favor a mi carácter. Cuando decidía sacarme algo de la cabeza, lo hacia sin más.

Ah, esa es la razón por la que sigues pensando en él. Insinuó mi cerebro.

—¿Recuerdas cuando vinimos el otro día? —interrogó ella empujándome con su codo para quitar todo pensamiento de mi cabeza —Estaba igual de lleno.

—Quizás debe haber otra muestra de arte —comenté, viendo lo poco que faltaba para llegar a la entrada donde nuevamente estaban revisando a las personas. Deseaba con vehemencia que la mafia no esté allí.

Esta vez había sido un poco más atrevida, colocando un vestido que llegaba hasta por arriba de mis rodillas, de color negro, junto con tacones del mismo color, pero con suela roja. Llevé el cabello recogido en una cola alta porque el cabello suelto me causaba mucho calor, mientras que mis labios los llevaba de color rojo. No quería que el maquillaje quede demasiado llamativo, pero al probar el color que contrastaba con mi piel, había quedado enamorada de aquel tono.

—Oh, tienes razón, o la mafia volvió —comentó en un susurro, ganándose una mirada aterrada por mi parte —no te preocupes, si no nos metemos en sus asuntos, dudo que se metan con un par de turistas sexis —volvió a hablar chasqueando sus dedos frente a su cuerpo.

—No me dejas para nada tranquila, Annabelle —arremetí con una mirada acusatoria mientras intentaba ralentizar mi corazón.

—Tranquila, ahora tenemos a tres hombres que nos cuidan —bromeó y las dos nos volteamos a ver a los tres hombres detrás de nosotras.

Un cambio mayúsculo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora