Capítulo 2 (parte 2)

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Mi vista cambió de él a la chica que estaba junto a él. Su aire era totalmente angelical, pero su rostro era familiar por alguna extraña razón. Después de todo, no conocía a nadie de Italia, pero ella tenía un aire conocido.

—¿Alexa? —sus ojos volvieron a cursarse con los míos y me sentí intimidada por los ojos de la chica sobre mí.

Me recuperé rápidamente, cambiando mi rostro pasmado por una sonrisa que era irreal, pero fingida a la perfección.

—Supongo que buscan la casa de Anne —pronuncié y la joven devolvió la sonrisa, pero Lorenzo solo se quedó mirándome y me daban ganas de darle un golpe.

—Sí —respondió el con seguridad, apartando su vista de mí y tomando la mano de la mujer que supuse era su prometida.

—Es en la puerta de aquí al lado —informé señalando para la dirección del apartamento de Anne.

—Gracias —agradeció él.

Supuse que la mujer a su lado con cabello largo y negro no sabía español dado que no pronunció ni una palabra.

Ambos se giraron hacia la puerta que les señalé y me quedé observando el porte que llevaban.

El torso de Lorenzo cubierto por una fina camisa blanca se veía grande y musculado con sus hombros anchos y su cuello recto dándole lugar a ese cabello tan perfectamente cortado. Sus piernas estaban enfundadas por un pantalón de mezclilla que le hacía mucha justicia al trasero que llevaba.

‹‹¡Oh, por dios Beatriz, su prometida está junto a él!››  Exclamó mi conciencia, haciéndome llevar la vista a la mujer que lo acompañaba.

Su fina espalda se veía enfundada por una blusa simple y rosada, junto con unos pantalones finos de color blanco y unos tacones del mismo color. Un tic titiló en mi ojo cuando vi lo hermoso que le quedaba mi color favorito, pero terminé con sonreír aliviada al saber que, quizás, todo marchaba mejor entre ellos.

No me di cuenta en qué momento se habían detenido en aquella puerta, pero cuando levanté mi vista, los ojos de Lorenzo se dirigían sutilmente hacia mí. Cerré la puerta rápidamente, dedicándole una sonrisa amistosa.

Sí, claro, amistosa. Casi deseaba comerme todo su cuerpo con la mirada.

—Tonta —murmuré acercándome a la terraza para abrir las puertas y que el aire fresco azote mi rostro para quitarme esas estúpidas ideas que atormentaban mi mente con imágenes demasiado explicitas de su cuerpo desnu...

Mis pensamientos impuros fueron interrumpidos por un sonido proveniente del apartamento conjunto. Generalmente no era una persona chismosa, pero las discusiones eran una debilidad para mi.

Me acerqué a la puerta con rapidez y pegué mi oído, intentando oír algo, pero la discusión era en otro idioma y me sentí frustrada por no entender nada. Quité la llave y asomé mi ojo, porque una voz me parecía ligeramente reconocida.

—Lorenzo y esa mujer —murmuré preguntándome qué les sucedía ahora, pero por los gestos que hacían, ella se estaba por marchar. Algo llamó mucho mi atención cuando ella señaló con su dedo índice y sin mirar, hacia mi puerta. Junto a su dedo señalando, los ojos de Lorenzo se instalaron en la madera de mi puerta.

Quité mi ojo y caminé hacia atrás, sintiendo como si me hubiesen atrapado en el acto, pero era imposible. Ellos no podían verme. Entonces, ¿por qué razón estaba señalando?

Quizás solo era una expresión. Pensé, caminando hacia el sofá para ignorar el resto de la discusión.

—¿Cuánto tarda una pizza en Italia? —cuestioné mientras miraba un punto fijo en la terraza, abrazando mis piernas juntas contra mi pecho.

Un cambio mayúsculo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora