Capítulo 1 (parte 2)

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¡Mis bebas!
Vuelvo con mi pedido hacia ustedes. No olviden dejar votos, comentarios y recomendar esta historia.
¡Las quiero!
Besitos.

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I Candelai.

Así se llamaba nuestro destino. Era un bar club ubicado en un almacén reconvertido. Cuando bajamos del transporte, me sentí ligeramente incómoda por la cantidad de gente que asistía a aquel bar al que habían decidido venir Annabelle y Mónica.

Caminamos hasta el final de la fila y agradecí ponerme unos largos pantalones negros de gabardina y una blusa blanca escotada. Llevé mi cabello suelto dejando las ondas hechas con un rizador al aire y había colocado un suave maquillaje para disimular la palidez de mis labios. Me sentía unos centímetros más alta por los tacones negros que me había colocado.

Las dos mujeres que me acompañaban llevaban vestidos cortos que se ajustaban a las curvas de sus cuerpos, y podía escuchar a mi mamá exclamando que un poco de tela no les vendría tan mal.

Mis padres eran sumamente conservadores. Desde mis ancestros, la forma de crianza era estricta y conservadora, pero me repetí que debía ser más atrevida, más sensual, porque cuando vi al resto de las mujeres me sentí fuera de lugar con mi vestimenta que descubría lo justo y lo necesario, incluso menos de lo que debería para un lugar así.

—Hay una exposición de arte justo dentro del club, ¿podéis creerlo? —expresó Annabelle mientras daba un paso hacia adelante cuando la fila comenzó a avanzar —. Quisiera un italiano que me lleve para follar como conejos.

Me atraganté con mi propia saliva al escuchar sus palabras descaradas.

—¿Os imagináis que un italiano os lleve a la cama? —dialogó la conocida como Mónica.

—Uf, no puedo esperar a conocer mi amor de intercambio —expresó Annabelle abanicándose con su mano fingiendo calor ante sus propios pensamientos.

—¿Y tú? —interrogó Mónica dirigiéndose a mi cuando mi silencio se expandió sin dar respuestas. Dimos dos pasos más, quedando más cerca de la entrada.

—Supongo que un poco de salchicha italiana no vendría mal para la bienvenida —comenté ganando una carcajada de las dos mujeres que empezaban a caerme mejor. No podía evitar largar estupideces por mi boca. Quizás lo de reinvención se me estaba subiendo mucho a la cabeza.

—Diablos, Trish, eres más atrevida de lo que aparentas —declaró Annabelle dando tres pasos más hasta quedar cerca de la entrada en el que dos hombres altos y corpulentos con calvicie estaban chequeando a todos los que iban a ingresar, junto con una mujer de menor estatura, pero igual de fornida.

—¿Siempre habrá tanto revuelo para la entrada a un club? —investigué cuando vi como ella revisaba a todas las mujeres y los dos hombres revisaban a los hombres, prohibiéndoles el paso a aquellos que tuviesen algún arma blanca o algo sospechoso.

—Quizás sea por las bandas en vivo o la exposición de arte, no lo sé —respondió Mónica cuando llegamos a la entrada.

La mujer se dispuso a revisar nuestras pertenencias y nuestros cuerpos hasta descubrir que no ocultábamos nada en nuestras pequeñas carteras o entre nuestra ropa.

Sentí la vibración en mi pequeña cartera y la curiosidad estuvo a punto de ganarme, pero tomar el móvil entre tanta gente sería un error monumental.

El sonido de la música comenzó a atormentar mis oídos cuando ingresamos a la sección central del club, con gente bailando y saltando con euforia mientras nosotras atravesábamos a todos siguiendo nuestro camino hasta llegar a la barra donde Mónica se encargó de pedir unas bebidas. Una sola no me haría mal ni a mí ni a mi hígado, por lo tanto, sostuve la bebida cuando me la extendió, buscando con la mirada un lugar para sentarnos, pero era inútil porque todo parecía ocupado.

Un cambio mayúsculo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora