Capítulo 10

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Harry pensaba que esta debe ser la vez que la cocina ha estado más silenciosa desde que empezó a visitar la Madriguera. Lo aceptaba, él había atestiguado muchas escenas dolorosas y silenciosas durante los años de la guerra, pero este silencio era algo diferente; caía sobre las cuatro personas sentadas alrededor de la mesa de forma tan pesada, que Harry apenas se atrevía a respirar.

A su lado, Ginny se mordía el labio y miraba ansiosamente a sus padres. Él no podía extinguir su culpa al dejar que fuera ella la que hablara la mayor parte, pero juzgando las expresiones de shock en las caras de Molly y Arthur, sabía que era la decisión correcta. Ginny era diplomática, perceptiva y cuidadosa en lo relacionado a situaciones emocionales, y él... bueno... no lo era.

Dicho lo anterior, él había desarrollado un talento para leer las expresiones durante los años, estaba muy consciente de que los Weasleys estaban sorprendidos y estresados por la noticia, incluso si tuviera idea de cuál – o si alguna – palabra podría ayudar, poco podía hacer. Ambos rostros estaban pálidos y se veían arrugados, parecían mayores de lo usual, y aunque él sabía que algo de la tensión había sido causada por la Tía Abuela Mildred y sus extravagantes exigencias, saberlo no mitigaba su remordimiento. Solo habían estado en casa un par de días, y Harry hubiera querido darles más para recuperarse de ese viejo murciélago, como Molly le decía, pero Ginny de alguna forma había logrado decirle que debían ponerles al día, había enviado a Lily para la casa de Ron y Hermione, apretando su mano a intervalos regulares en el camino ventado hacia la Madriguera, tratando de convencerlo de que todo saldría bien.

Así fue como se encontró sentado en la cocina de Molly en una fría noche a mitad de enero, esperando a que alguien dijera algo, por el amor de Dios. Había mucho que decir para 'terminar de una vez', piensa amotinadamente, mirando su taza de café vacía, pero está empezando a sentir que podría tener que quedarse ahí sentado hasta el mes próximo, esperando a que Molly deje de mirarlos con los ojos húmedos y logre encontrar las palabras. Cualquier palabra ya llegados a este punto; preferiría que le griten y lo corrieran de la casa a escobazos a aguantar un minuto más de esto...

"Oh, Ginny", susurró finalmente, con lágrimas rodando mientras miraba a su hija. "Oh, Ginny, no pueden estar separándose. No pueden..." su voz quebrada y mirando a su esposo con desesperación.

Arthur tosió e intentó recuperarse. "¿Han pensado esto?", logró decir, poniendo un brazo reconfortante sobre los hombros de Molly. Miró interrogadoramente a Harry.

"Lo hemos pensado bastante", le aseguró Harry, su voz ronca de tanto estar en silencio. "Y vuelto a pensar. Es lo mejor para ambos. Y los niños".

"¡Oh!", se lamentó Molly, llevando una mano temblorosa a su boca. "Ellos son solo unos bebés. ¿se dan cuenta?"

"Ya están crecidos, Mamá", dijo Ginny, agarrando la mano de su madre y dándole una pequeña sonrisa que hizo que a Harry le doliera el corazón. "Ellos entienden que es mejor para Harry y para mí estar separados".

"¿Cómo es eso posible?", exigió Molly, apretando tan fuerte la mano de Ginny que Harry captó una mirada de dolor en sus ojos. "No entiendo... ustedes dos... esto ha sido repentino. Solo necesitan un tiempo, eso es todo".

Sus ojos reflejaban tal angustia hacia Harry cuando le miró, que todo lo que quería era rodear la mesa y abrazarla, respirar su olor familiar que lo había hecho sentir seguro desde hacía tanto tiempo como podía recordar, y decirle que nada de esto estaba pasando en verdad. Ella era la madre de Ginny; éstos eran los padres de Ginny, la familia de Ginny, pero para todo lo importante, eran la suya también. Lo eran Molly, Arthur, Ron y George, todos ellos. Si esto salía mal, no solo estaba perdiendo su familia política; estaba perdiendo la única familia que había tenido.

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