Epílogo

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31 de Diciembre el 2018.

El sol del mediodía se siente cálido en el rostro de Harry mientras se inclina contra la encimera de la cocina, tomando de su taza de té que está a una temperatura perfecta, olvidando todas las cosas que se suponía tenía que hacer.

Nadando en una piscina de felicidad, cerró sus ojos e inhaló el humo fragante, el olor de la cera de abejas que Draco usa para pulir la superficie amplia de la mesa de roble y el ligero aroma de los sándwiches de tocino que se comieron hace ya rato. Sobre él, el piso cruje mientras Draco se pasea por el piso superior haciendo cosas que Harry nunca va a entender del todo – revisando, ordenando, murmurando para sí. Harry sonrió.

No parece importar que Draco oficialmente no viva allí. La inevitable combinación de la salud arruinada de Lucius Malfoy y la feroz lealtad familiar de Draco, implica que las cosas son un poco complicadas, por ponerlo simple, pero ellos han logrado manejar la situación, todos ellos, y eso está bien. Está bien. Frecuentemente recuerda la tímida definición de Neville de 'ese momento raro' de una relación, y se siente dividido entre la empatía y la risa, porque realmente, nunca va a haber algo sencillo en todo esto. En verdad, él no tiene ni la más ligera idea de lo que está haciendo, no más que Neville, pero no le importa. Las cosas no han sido ni de cerca tan incómodas como él temió; él y Draco logran tener tentativas exitosas, y de forma tortuosa en ocasiones, de conversar, algo que él y Ginny en realidad nunca lograron alcanzar.

Harry tomó de su té y suspiró, abriendo los ojos y mirando el suelo de baldosas donde Misu estaba dormitando en un parcho de luz solar. Él ha aprendido de una forma u otra, que mantener los sentimientos para uno mismo, rara vez logra hacer algo más fácil a la larga, y Draco... bueno, Draco era aún Draco, aún era un Malfoy, y jamás iba a ser un libro abierto, pero él ya tiene treinta y ocho años, está divorciado, es un padre, y como él lo expone, 'está demasiado viejo para jugar a hacer idioteces'. Él también lo está, piensa Harry. Ambos lo están.

Draco se queda la mayoría de las noches, viaja al trabajo desde la aún no completamente renovada casa de Harry, se traslada por la Flú a la Mansión a intervalos regulares para relevar a su madre, se ponen al día mientras toman el té y comen pequeños entremeses, un ritual de años el cual Harry sigue, calladamente envidioso. Narcisa se ha mantenido estoica y bastante agraciada, aparentemente encantada de la continua presencia de Harry en la vida de su hijo.

Tal vez, lo más esperanzador ha sido la llegada de un amigable joven de cabellos rizados llamado Hamish, quien se ha convertido en una presencia constante en el ala donde habita Lucius en la mansión en los últimos meses. Narcissa, dudaba al comienzo, pero ha empezado a disfrutar algo de libertad, con la seguridad de saber que el secreto de su esposo no será publicado al mundo. Hamish, un ejemplo viviente de la casa Hufflepuff, si alguna vez Harry ha visto alguno, lidia con los momentos de necesidad de Lucius, su confusión, su dolor y sus ataques sibilantes, con ecuanimidad relajada.

"Él viene", le informó Misu, su cola de vidrio haciendo clink contra el suelo mientras se estiraba.

Harry escuchó por un momento, oyendo el crujir de las escaleras. "Si, ahí viene".

Unos segundos después, Draco entró en la cocina, miró a Harry y alzó sus ojos al techo.

"Sigues aquí".

Harry parpadeó, confundido por su exasperación, pero solo por unos segundos, lo que le tomó recordar que él prometió ir al Callejón Diagon un tiempo atrás por las cosas para la Fiesta de Fin de Año. No es su culpa. El té y el sol son muy distrayentes.

"Lo siento", murmuró.

"Iré yo mismo, ¿no?", dijo Draco de forma aireada, tamborileando sus dedos ligeramente en la encimera.

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