IV

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Soy muy observador. Me di cuenta, por ejemplo, de que Eric solía responder a mis mensajes de cuatro a cinco de la tarde los lunes, miércoles y viernes. Muy de vez en cuando escribía por las mañanas. Nunca en martes, jueves o sábado. Pensé que tal vez me escribía desde su trabajo y que debía de tener problemas para utilizar el ordenador para asuntos personales; por eso sus mensajes eran siempre tan breves, porque no quería buscarse problemas.

Cuando conoces a una persona por Internet, todo lo que no sabes de ella tienes que imaginarlo. Por eso te equivocas.

Tal vez hablar de todo aquello con alguien me habría ayudado a verlo de otra forma, a darme cuenta de que era una locura. Pero mi única amiga era Sira y no estábamos pasando por muy buen momento. A mí me parecía que ella estaba muy extraña desde que había empezado a salir con aquel chico universitario, como si él la estuviera cambiando. O puede que el extraño fuera yo, quién sabe. Tal vez me daban un poquito de envidia. El caso es que no le conté nada a nadie.

Dos días después de que le enviara la foto, Eric me pidió otra. Fui muy duro con él:

No te enviaré ninguna más hasta que me mandes una tuya.

Funcionó. Cuando recibí un correo electrónico con un documento adjunto, se me dispararon los latidos del corazón. Mamá estaba en la cocina, pero lo abrí de todos modos. No podía esperar ni un segundo. Delante de mí, el trabajo de literatura. Detrás, a punto para esconderla si mamá se acercaba demasiado, la foto que me moría de ganas de mirar.

Me lo había imaginado tantas veces que abrí la foto con un miedo terrible. ¿Y si no era como yo pensaba? ¿Y si era horroroso?

Durante unos pocos segundos, creo que me olvidé de respirar. A veces la vida se detiene. Solo unos segundos, sin ningún movimiento. Es como si el mundo enmudeciera para subrayar lo que es importante de verdad. Después, todo vuelve a sonar con más fuerza. Mi corazón como un tambor. Pom, pom, pom, pom.

En la pantalla, la imagen de un chico de cuerpo entero, vestido como si fuera a practicar judo: pantalones blancos, camisa blanca, cinturón negro. No tenía ni idea de artes marciales, pero pude medio adivinar que aquel color de cinturón significaba que tenía nivel. Era delgado, tenía el pelo oscuro un poco rizado y los ojos... —aproximé la imagen— tal vez marrones, o negros. Parecía bastante alto. Sonreía. Tenía cara de buena persona. A su espalda se distinguían las instalaciones de un gimnasio.

Respondí:

¿Haces judo?

Esta vez su mensaje no se hizo esperar nada —eran las cinco menos cuarto— y me hizo sonreír:

Taekwondo. ¿Sabes lo que es?

Más o menos. ¿Eres cinturón negro o solo estaba sucio?

¡Jajajajaja! ¡Muy bueno! Cinturón negro. Primer Dan.

¿Qué es eso de Dan?

Un nivel. Significa que soy bueno.

Me tendrás que explicar qué has hecho para conseguirlo, ¿de acuerdo? ¿Tal vez cuando nos veamos?

Escribí esta frase sin pensar. A veces, todos hacemos algo sin pensar lo suficiente. Incluso la gente más sensata (o que cree serlo). Incluso los más inteligentes. Yo había pensado mucho en lo que dije, claro. Quería tener a Eric delante de mí, mirarle a los ojos y sentir su mirada en los míos. Lo deseaba desde antes de ver su foto. Me habría dado lo mismo que fuera feo, un adefesio. Pero ahora que sabía cómo era, aún lo quería con más ganas. Quedar, vernos. Me habría gustado que lo propusiera él, pero como no lo hizo, me decidí. Yo también estoy un poco loca, a veces. Y antes de que tuviera tiempo de contestarme, pensé que había un par de cosas que le quería decir:

MENTIRA [Pedri x Ferran]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora