Me quedaba otro lugar donde buscar a Eric. Esta vez fue un poco más complicado. Solo tenía aquella foto del gimnasio que me había enviado. Al fondo se veía una especie de grada, a un par de personas y un pedazo de muro con un rótulo que no se leía del todo. La parte visible eran solo tres letras: <<m Chi». No mucho, la verdad.
Las búsquedas por Internet que hice en los dos días siguientes no me sirvieron de nada. En toda Barcelona no había ningún gimnasio de artes marciales llamado «m Chi». O yo no supe encontrarlo, por lo menos.
No sé cómo, pero terminé en una página que contaba un montón de cosas del taekwondo. Desde su origen en Corea del Sur hace poco más de cincuenta años hasta su filosofía, basada en tres principios muy importantes: la cortesía o Ye Ui; la constancia-In Nae-, y la integridad, que en coreano se dice Yam Chi.
-¿Qué haces, Ferran? ¿Qué escribes?-preguntó mamá, apareciendo de repente detrás de mí, justo en el momento en que yo acababa de hacer el gran descubrimiento.
-Nada. Un trabajo para la clase de educación física.
-¿Un trabajo sobre qué? -preguntó ella, mientras batía los huevos.
-Filosofía de las artes marciales -repuse.
-Ah, mira...
Mamá dijo «ah, mira». Si hubiera dicho «qué interesante» o «qué divertido», habría sido mucho peor, porque entonces habría venido a curiosear. Pero aquella respuesta significaba que mi trabajo sobre artes marciales en realidad no le interesaba demasiado. Perfecto.
Mientras vigilaba a mi madre por el rabillo del ojo, volví a ejecutar la búsqueda y esta vez escribí bien la palabra misteriosa: «Gimnasio + Artes marciales + Yam Chi». A lo mejor tenía un poco de suerte y mi intuición era correcta.
Aparecieron unos cuantos resultados, con fotos y direcciones. Mamá acababa de echar los huevos en la sartén. Esto significaba que en unos cinco segundos pronunciaría la misma frase de siempre. No falla nunca. Cinco... cuatro.... tres.... dos.... uno...
-¡A poner la mesa! ¡La cena ya está lista!
Y a continuación papá diría:
-Ferran, apaga el ordenador y ayúdame a poner la mesa.
Apagué el ordenador. Después de cenar no me dejan volver a utilizarlo. Mis padres son muy estrictos con la hora de acostarse porque...
-Las horas de sueño son super importantes, Ferran. Durante la noche el cerebro recupera todas las energías que gasta a lo largo del día. Si no duermes, no rendirás.
Mientras cenábamos me acordé de algo terrible: había estado tan obsesionada con encontrar el gimnasio que no había revisado el correo electrónico. ¿Cómo era posible? ¡Qué idiota, qué idiota, qué idiota! ¿Y si Eric había contestado? Me había obcecado con mis investigaciones detectivescas y había olvidado lo más importante.
-Necesito mirar una cosa en el ordenador. Es muy urgente dije, masticando tranquilamente el revuelto de calabacín.
Mis padres hicieron una mueca de desaprobación.
-Será solo un momento insistí, para convencerles.
No sé ni para qué lo intento. Mi madre jamás cambia una norma si piensa que es importante. Meneó la cabeza a ambos lados antes de decir:
-Has tenido un buen rato para mirarlo antes de cenar. Ya sabes que cuando es no, es no. Y punto. No pienso discutir contigo.
Si hago una lista de las diez frases más odiosas que dice mi madre, estas dos ocuparían los dos primeros puestos: «Cuando es no, es no» y «No pienso discutir contigo». Aunque, ahora que lo pienso, tal vez las frases más odiosas deberían ser 15. O 20. O...
Estuve un poco enfurruñada hasta la hora de irme a la cama. Cinco minutos antes de las diez y media (no falla) mi padre dijo:
-Ferran, a la cama.
¿Conocéis a alguien de 17 años que tenga que irse a dormir a las diez y media? Pues ya sí. Yo.
Las horas de descanso son muy importantes, pero mamá no tiene en cuenta que a veces hay cosas que te quitan el sueño. Aquella noche di vueltas y más vueltas en la cama. No podía quitarme de la cabeza lo que había pasado: el instituto donde no sabían ni rastro de Marcelo, el gimnasio de artes marciales, el correo electrónico que tal vez estaba esperando en mi bandeja de entrada...
Si hubiera tenido mi móvil a mano, habría sabido que no era la única que no podía dormir. Sandra también estaba preocupada, pero por un motivo muy diferente. Si hubiera tenido mi móvil habría visto su mensaje, enviado a las once menos diez.
Todavía estoy estudiando pero creo que no me sé nada. ¿Tú cómo lo llevas? ¿No crees que alguien debería hacerle un favor a la humanidad y prohibir la filosofía?
Mejor no haberlo visto, ahora que lo pienso.