CAPÍTULO 1

1.3K 79 109
                                    

La canción que sonaba en mis auriculares era antigua, lenta y de amor. Casi todas las canciones que tenía guardadas en el móvil eran antiguas y de amor. Eso tenía en común con mi novio.

Posiblemente lo único que teníamos en común. Incluso había olvidado por qué decía que lo amaba, que lo necesitaba y que siempre volvía con él. Algunas noches no podía dormir sin él y las mañanas no podía empezar sin escuchar su voz. Me gustaban esos detalles que parecían insignificantes, pero en una relación de tantos años eran las mejores partes. En nuestra relación, las pequeñas partes lo eran. Ya no estaba seguro de eso y tampoco quería esperar para comprobarlo.

Nuestros amigos se preguntaban por qué siempre volvíamos después de pelear. No lo sabíamos. A veces creíamos que nos necesitábamos para tener un rumbo, para poder estar tranquilos y no volvernos locos mientras pensábamos qué estaría haciendo el otro. Tenía sentido porque llevábamos diez años juntos. Once dentro de siete días.

Hubieran sido once; ya no sabía si podríamos llegar a esa fecha.

Ya no sabía muchas cosas, pero algo me seguía impulsando. Los días pasaban y, cuando menos lo imaginé, ya habíamos estado juntos por mucho tiempo. Con él parecía que el tiempo volaba y los sueños se volvían eternos.

Pero, de repente, desapareció y entendí lo horrible que se sentía su ausencia.

—¿Adrián? —me llamó mi madre, tocando con sus delgados dedos mi hombro.

Rápidamente me quité los auriculares y me quedé en silencio. A mi costado estaba mi maleta, en mi mano mi móvil con los auriculares envueltos, estaba sentado en el piso de la entrada de la casa. Quería esperar ahí, aunque también quería olvidar. Quería entrar a la casa de mi mamá, pedir un taxi y volver al piso donde vivíamos. Recoger mis cosas y, esta vez, dejarlo yo.

—Ya ha llegado.

Alcé la mirada, receloso y dolido por dentro. No lo había visto en mucho tiempo, el suficiente para que en ese momento solo tuviera ganas de llorar y escapar de nuestro piso. No quería verlo, pero mis amigos decían que lo necesitaba.

Necesitaba cerrar ese ciclo con él y, de una vez por todas, terminar lo que habíamos comenzado hace diez años.

Había desaparecido, por un mes completo, sin llamadas o mensajes. No lo había visto desde nuestra última pelea.

Creí que volvería, quería abrazarlo porque era una pelea sin importancia. Pero esa noche dormí solo y lloré hasta que amaneció. Al día siguiente tampoco apareció. Quise ir donde la policía, pero su hermano me dijo que necesitaba unos días lejos de mí. Respeté su decisión, pero cuando pregunté qué día podría volverlo a ver, su hermano me dijo que escapó de la casa de sus padres. Cuando pregunté si había dejado algo, me dijo que se pidió disculpas de sus papás, entonces le pregunté si había dejado algo para mí y me dijo que no.

No había dejado nada para mí.

Lo extrañaba, como no tenía idea. Cada noche lloraba, recordando su presencia y sus abrazos. Habían noches que soñaba con sus besos y madrugadas en las que despertaba para ver si no había llamado.

Después de un mes estaba a pocos pasos de mí, en la camioneta negra que se fue esa noche.

Me levanté del piso y mi madre me entregó un pequeño teléfono de emergencia. Estaba en su casa porque ella me dijo que sentía algo en su pecho, como un mal presentimiento. Me rogó para que no aceptara, pero debía hacerlo.

Me lo merecía.

Una respuesta y no escapar como un cobarde.

Después de diez años no podía simplemente dejarlo. Y él lo sabía, por eso le dijo a uno de sus amigos que me dijera que necesitaba hablar conmigo. Al principio me negué, pero después entendí que era lo correcto. Su amigo, Jon, me dijo que quería salir de viaje sin un rumbo como solíamos hacer algunas veces en vacaciones. Y también le dijo que si yo quería, sería nuestro último viaje. Que respetaría mi decisión, pero que debía darle este último viaje.

Respira Por MiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora