CAPÍTULO 5

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—Y eso fue Live It Up de Mental As Anything.

Me reí cuando Caden hizo voz de reportero y detuvo el casete. Me miró de reojo y volvió a reír en silencio, conduciendo el auto por un camino que parecía no tener fin.

—¿No hay un mapa? —le pregunté mientras apoyaba un codo en la parte baja de la ventanilla.

—No.

—¿Y si nos perdemos?

—Al menos estaremos juntos, ¿no?

No quería reír, pero tuve que hacerlo y se sintió tan bien. Incluso parecía un nuevo comienzo, aunque los días estaban contados.

—Genial —susurré—. Creo que yo podría vivir para contar tu historia, si es que nos perdemos.

—Bueno, técnicamente los dos estaríamos desaparecidos. ¿Qué te hace creer que tú no?

—Que yo no soy el que conduce —señalé algo que debía de ser obvio—. En los casos de desaparición en bosques o en las películas, el que conduce siempre es el primero en morir o desaparecer. Reglas básicas.

—Por si no lo notaste, somos dos hombres homosexuales en medio de la nada. Las cartas no están a nuestro favor. Además, faltan minutos para que todo esto se vuelva oscuro y nos quedemos sin gasolina.

Levanté la espalda del respaldo y lo miré asustado. Caden me miró un segundo y sonrió de lado.

—Bueno, eso último no fue una broma —me dijo y señaló con sus ojos el medidor de gasolina—. Ya estamos a poco de quedarnos sin nada.

Me empecé a asustar, pero Caden detuvo el auto y apagó el motor. Me miró con una sonrisa y dijo:

—Vengo preparado, no te preocupes.

—¿Tienes gasolina de emergencia?

—Sí, como cinco bidones.

En ese momento solté un suspiro y mi cuerpo dejó de sentir ese horrible escalofrío. Bajamos del auto y abrió el maletero, donde estaban mi maleta y un bolso de lona que era de él. En una esquina, oculto por un pedazo de cuero, estaban los bidones de gasolina, apilados perfectamente.

Tomó uno y lo bajó, después empezó a recargar el auto por la pequeña manguera del bidón que metió por la boca de combustible.

Me miró y levantó una ceja mientras inclinaba el bidón para que entrara la gasolina. Le sonreí sin saber qué hacer y apoyé la espalda en la puerta de los asientos traseros.

—¿Qué? —le pregunté cuando se quedó mirándome.

Apartó los ojos de mi rostro y sonrió como un secreto.

—Nada.

—¿Por qué me mirabas así?

—Ya te lo dije. No es nada.

Sonreí y dejé de mirarlo, pero él seguía mirándome en secreto. Quería decir algo más, cualquier cosa para que el cielo no volviera a ganar. Quería hacer tantas cosas, porque lo tenía tan cerca, después de tanto tiempo.

El mayor contacto que habíamos tenido había sido cuando le toqué la mano para ver si no se había lastimado. Unos segundos habían levantado algo en mi pecho. La calidez y necesidad que tenía de sentirlo. No debía acostumbrarme, aunque quería y eso era lo que más dolía.

Miré a otro lado. Quería perderme en los árboles, en las copas altas que se movían por el aire o en el pavimento viejo que tenía líneas por todas partes. Quería perderme.

Miré al otro lado de la carretera, por donde habíamos venido. Al principio no vi nada, pero mientras más miraba, más notaba la capota del auto sobresaliendo de las ramas finales de una esquina. Estaba demasiado lejos, no se veía el auto, pero sí el negro de la capota.

Respira Por MiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora