CAPÍTULO 4

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ANTES

En los grandes parlantes sonaba I Wanna Be Yours de John Cooper. A nadie le gustaba, pero sonaba tan fuerte que me hacía sentir más tranquilo.

Apreté las manos sobre la mesa y miré a los grupos de chicos bailando, muchos de ellos juntos y otros incluso tomados de la mano. Me sentía seguro, pero esa espina de nervios seguía en mi pecho.

Aún no me creía que estaba a minutos de conocer a una cita secreta que mi amigo me arregló. Tenía muchas preguntas, pero todas fueron respondidas con una foto que me mostró.

Era un chico guapo y para muchos eso podría ser suficiente. Para mí no.

No estaba seguro de qué pasaría, qué diría y, sobre todo, si me había visto a mí en fotos. Por un momento pensé que no me conocería, pero después pensé que si no me conocía no podría encontrarme. Seguramente me vio en alguna foto y mi amigo le habría dicho cómo estaba vestido esa noche y dónde estaba esperando.

Tenía una sudadera color vino y unos vaqueros negros. El cabello muy bien peinado y esa mañana desperté extrañamente más pálido. Un mechón cayó de mi frente y lo dejé ahí, creyendo que me haría ver más guapo.

Sentí una mano en mi hombro. Quería saltar de la silla, mirar al intruso y golpearlo por ese descarado movimiento. Porque no solo me había tocado el hombro, lo había apretado y dejado ahí cuatro segundos.

—Tú eres Adrián, ¿no?

Levanté la mirada y la mano pasó a la mesa. Lo rodeó y pude ver su cuerpo. No sabía qué decir, tenía miedo de levantar la mirada y sonreír como un tonto.

Asentí en silencio y la música parecía bajar el volumen lentamente.

—Bueno... —No sabía qué decir, lo sabía por su voz extrañamente ronca y sus manos metidas en su chamarra negra—. Yo... aquí... estoy...

Levanté la mirada y me quedé mirándolo, él también lo hizo conmigo. Había pensado que igual a las leyendas, físicamente sería diferente a las fotos. Pero era mejor, no peor como había creído. Era un chico tal vez unos años mayor, de cabello rubio algo oscuro y el rostro ligeramente apiñonado, como bronceado de unas horas en un día pálido. Tenía el cabello hecho un desastre y una chamarra negra que parecía haberse puesto a última hora.

Se sentó frente a mí y apretó los labios, sin saber qué hacer.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté tímidamente, queriendo apartar la mirada de él.

—¿Lucas no te dijo cómo me llamo?

Negué con la cabeza y quise reírme.

—Me llamo Caden Edwin —se presentó y me extendió la mano.

Indeciso, la tomé y sentí el calor de sus dedos apretando los míos. Rápidamente, la aparté y me reí.

—Tú sabías el mío —señalé lo evidente.

—Lucas me lo dijo.

Asentí y sonreí como tonto.

—¿Te digo la verdad? —me preguntó y levantó una ceja.

—Claro.

—Estaba por no venir.

Debía de saberlo. No se veía arreglado o interesado. Todo de él gritaba último momento. Desde su cabello desordenado y la ropa que parecía que era para estar en casa. Los ojos los tenía medio adormilados y las mejillas ruborizadas por el calor del lugar.

En algún momento, la música dejó de escucharse.

—Descuida, yo... también —mentí y sonrió al escucharme—. Estaba por cancelar.

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