CAPÍTULO QUINCE - LA EXCUSA

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CARMEN

Anoche mi jefe me envió un mensaje para cambiarme el turno de hoy, "si es posible, por supuesto", me escribió como coletilla. A mí me viene genial.

A pesar de ser sábado, solo trabajaré hasta el medio día y mañana solo lo haré por la tarde, por lo que esta noche puedo acostarme a la hora que me dé la gana, incluso podré tomarme alguna copa de más.

Ayer disfrute muchísimo el masaje que me regaló la abuela de Eric, incluso le agradecí el detallazo que tuvo conmigo, pero el resto del día lo pasé mejor.

Almorzamos en un restaurante italiano de lujo. No quise ni mirar la cuenta para no asustarme, aunque no pudo ser tan caro como al que fuimos con Mercedes. Los tortellinis fueron los mejores que he comido en mi vida y la lasaña que Guillermo se pidió también. Sin embargo, los postres no bajaron el listón y pedimos tiramisú de fresas, pastel de frutas y panna cotta para compartir los tres, que devoramos entre bromas y risas.

Después, nos fuimos a ver el monumento de Félix Rodríguez de la Fuente, porque, como Eric me chivó, a Guillermo todavía le encanta escuchar los antiguos documentales de este naturalista de Burgos, que falleció hace más de cuatro décadas en Alaska.

Al final, paseamos toda la tarde por la orilla del río Genil, hasta que me acompañaron a casa a las ocho y media. Yo me hubiese quedado con ellos un par de horas más, ya que me lo pasé increíblemente bien, o hubiese invitado a subir a Guillermo. No obstante, ya me había excedido bastante durante el masaje y no quise ser cansina.

Aunque mis compañeras de piso, al ver que llegaba sola, se asomaron a la ventana a saludarlo a gritos, algo poco común en nuestra ciudad, no quiero que nadie se haga una idea equivocada de la educación y la cordura de los granadinos.

Por supuesto que Guillermo les contestó al saludo de la misma forma, e incluso les presentó a Eric a gritos y quedaron en verse pronto y conocerse en persona y no a través de sonidos agudos y estridentes emitidos de manera violenta.

Guillermo no pudo evitar echarnos en cara, que así es como él conoce a las personas, aunque a algunas les toca la cara para hacerse una idea de cómo son.

—¡Eres la primera en llegar! —me advierte mi jefe, cuando entro a la aún cerrada hamburguesería.

—¿Somos muchos tan temprano? —le pregunto, porque aún son las diez de la mañana y no abrimos hasta la una.

—Solo tres, pero anoche nos vaciaron el local, así que tendremos que preparar prácticamente de todo.

Como se supone que en cuanto comiencen las clases en mi facultad, trabajaré todo el fin de semana y me ocuparé de hacer este trabajo los sábados y los domingos, no es la primera vez que me toca preparar las hamburguesas, ensaladas, las salsas, pelar las patatas y hasta ya he preparado la tarta de queso con anterioridad.

—Gracias por cambiarme el turno sin ni siquiera pedírselo —le agradezco a mi jefe después de cambiarme de ropa.

—Si espero a que me lo pidas tú, me jubilo —bromea Antonio.

—He sido la última en llegar a la empresa, no tengo hijos a quien cuidar ni que acompañar a algún familiar al médico. No creo que tenga derecho a exigir un cambio de horario, a no ser que sea para algo en concreto.

—Anoche me llamó Guille y me lo pidió —se chiva Antonio para mi sorpresa.

—Vaya —es lo único que se me ocurre decir.

—Sé que me dijiste que no sois pareja, pero últimamente quedáis mucho.

—Nos estamos conociendo —me avergüenzo un poco.

¡VOY CIEGO! - TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora