VI

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SANTOS

Entre ir a la guerra y estar con Ambar, prefiero volver al campo de batalla.

Si no fuera por mi tía Avril, la hubiera dejado en medio del parque, pero esa mujer me hizo prometer que jamás lastimaría a una dama. Y es por eso que aún me encuentro sentado en una banca de este parque escuchando un sinfín de cosas y dedicando sonrisas amables a una chica, una pobre chica con miles de carencias afectivas.

—Entonces le dije, no seas tonto es que no eres mi tipo —esta se carcajeó y yo arrugué mi nariz.

Me había perdido en la charla, esperaba que no preguntara nada del tema en cuestión, pues no iba a saber responder. Estaba tan tenso que necesitaba una larga ducha y descansar para eliminar todo el cortisol que mi cuerpo liberó en tan poco tiempo.

—Ambar que honor pasar esta tarde con usted —Me levanté y tomé su mano haciendo una reverencia —pero me temo que debo irme.

—Tan rápido, pensé que... Quizás...

—Disculpe señorita, pero es que tengo muchos pendientes —Le indiqué tratando de mantener la compostura.

— ¿No me acompañaras a casa? —Interrogó.

—Como diga la joven.

Caminamos y ella siguió hablando de su vida, problemas y todas sus parejas. Como si eso fuera interesante, o como si por eso yo estaría aún más interesado en ella. No se daba cuenta que lo que hacía era demostrarme lo inestable que era, se alejaba de ser interesante y no entendía algo.

Los hombres jamás nos fijaríamos en una mujer así, no para tomarla como algo serio, y si lo hacemos es porque con ellas obtendremos sexo fácil, y yo no estoy en Pórto para eso, y si quisiera tener algo así, no sería con ella.

Una joven linda si, con rostro perfilado y un buen cuerpo, pero que sabía no me iba a dejar nada interesante, solo una noche y no soy hombre de momentos.

Llegamos a la entrada principal de su casa y noté como su cuerpo se tensó, sus pupilas se dilataron, su respiración acelerada y mejillas rojas la delataron. Estaba nerviosa y yo no entendía por qué, pero eso me causó mucha gracia, intenté no reír frente a ella y me alejé un poco, tratando de brindarle el espacio necesario para que pudiera tomar aire.

—G- Gracias por esta tarde tan agradable —dijo en medio de un pequeño tartamudeo.

—A ti, aunque no tocamos el tema que realmente te interesaba, agradezco la compañía.

—Pero al menos, pude conocerlo un poco.

Me sonreí porque escucharla decir eso es muy irónico, esa mujer no me dejó ni hablar, casi que sentí la necesidad de grabarla para referirla a algún colega.

—Es así —me limité a responderle. Acto seguido tomé su mano para depositar un beso y retirarme.

Era evidente que esperaba algo más, pero no estaba dispuesto a seguirla complaciendo. Así que caminé dejándola atrás.

—Espera...

Me giré, pero antes tomé una gran bocanada de aire.

—Dígame —aunque no quería, mi voz salió con hastío.

—Nos veremos nuevamente ¿verdad?

Pedí perdón a mi tía internamente por lo que estaría a punto de hacer y me acerqué a la rubia.

—Ambar, eres una joven encantadora y hermosa, pero si te veo nuevamente será únicamente en el instituto, si necesitas alguna consulta para tu ensayo, pero en otros términos no lo creo.

Ella amplió sus ojos e intentó tocarme, pero retrocedí un poco.

— ¿No te entiendo, te parezco fea o aburrida?

—Nada de eso, pero estoy seguro que con tantos pretendientes no necesitas uno más.

Ella sonrió y se acercó nuevamente.

—Estas celoso, es todo —comentó con esa voz que más que seductora me desagradó.

—Cómo te explico esto, sin...

—Eres gay, lo sabía —Expresó, y cómo intentar explicarle otra cosa sin herirla sería una estupidez de mi parte, no le aclaré nada y la dejé allí.

Mientras regresaba a casa de mi tía hice algunos ejercicios de respiración, lo menos que quería era llegar tenso.

— ¿Mi Santo eres tú?

—Es así tía.

—Cariño qué pena, hoy no podré quedarme para cenar contigo —se disculpó, mientras caminaba de manera apresurada para terminar de acomodar su cartera. —Quedé en verme hoy con unas amigas.

—No te preocupes, no tengo mucho apetito —Ella se acercó para depositar un beso en mi frente antes de salir.

Subí a mi cuarto de manera apresurada, necesitaba un baño restaurador. Retiré toda la ropa y me metí a la ducha, dejé caer mucha agua sobre mí antes de lavar todo mi cuerpo.

Creo fue un día lleno de tantas cosas, necesitaba vaciar mi mente. Pero antes me pasee por cada acontecimiento y estúpidamente recordé esos ojos oscuros y delirantes.

El agua daba en mi cara en forma de caricias, mi comisura se elevó de manera automática recordando como ese ratoncito de laboratorio se atrevió a darme una orden, nunca nadie fue tan intrépido como para golpearme y decirme que hacer. Disfruté ese momento, mi hipocampo magistralmente guardó cada movimiento que ejecutó, solo esperaba que la corteza temporal no registrara esto durante mucho tiempo o estaría completamente jodido.

O quizás necesitaba un poco más de eso, ¡así que al diablo! quien carajos sabría que estaba pensando. No es profesional mezclarse con pacientes, pero nada decía sobre pensar en ellos, ni mucho menos que era un pecado registrarlos en nuestra memoria, lo que estaba haciendo era estudiando cada parte de ella.

Me recosté esa noche y me prometí algunas cosas, la primera sin dudar fue jamás aceptar nada de la chica del parque, lo segundo sería jamar mezclarme sentimentalmente con Arlet, si quise conocer su ubicación era con el único fin de ayudar y poner en práctica años de estudio.

La noche no bastó para drenar el nivel de estrés al que me sometí, por ello salí a trotar esa mañana, estuve sumergido tanto en la música que sin darme cuenta estaba pasando justo frente a su casa. Me detuve al ver a un joven salir de ella, aunque se me hizo extraño continué.

De acuerdo a lo que había leído de su círculo familiar, no tenía más parientes que su padre, así que ese podría ser quizás su novio. No sé qué tan bueno sería la presencia de un hombre en su vida, eso no me daría el espacio que necesitaría.

Terminé la rutina y durante la mañana traté de estudiar un poco, pero se me hizo imposible. En la base hubo mucho ruido, pues al pueblo llegó un grupo joven de marines, los muy idiotas hablaban de cómo acabarían con los terroristas del occidente.

No sabían que nos enviaban a combatir con hombres desarmados, lo único que hacían era cuidar de sus familias. Si, jamás me perdonaré que asesiné a más de veinte niños pensando que eran hombres que pertenecían a la guerrilla, no eran más que jovencitos temerosos y disfrazados que no sabían usar sus armas.

Si quieres acabar con la moral de un hombre miéntele, pero si quieres destruirlo hazle vivir un acontecimiento que lo hará sentir como un miserable el resto de sus días. Después de ese día no fui el mismo, ese día sentí que morí con ellos, golpeé mi escritorio y salí a enfrentar a esa manada de tontos.

—Greco detente —Ordenó el comandante Royal.

Empuñé mis manos y cerré mis ojos tensando mi mandíbula.

—No cometas una estupidez en tu último año, recuerda que una vez realizado el acto serás un hombre libre, pero si te equivocas una puta vez —Se posicionó frente a mí y su aliento golpeaba mi cara —Te juro que te envío de nuevo al Occidente y se me olvida la promesa que te hice, así que te devuelves a tu oficina y te pones a preparar tus estúpidos discursos.

Sentí tanta rabia que podía acabar con cualquier cosa que se me atravesara, pero no podía perder la cabeza, así que entré a mi oficina y lance un portazo.

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