VIII

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Llegué a casa y apagué mi celular, dediqué el día a algunas tareas y al viejo Criss. Para mí era sencillo omitir algunas cosas en mi vida.

No sé a dónde carajos mandaba todo, pero tenía una regla. Antes de alguien, ya Arlet existía y después de ellos lo seguiría haciendo, sufrir no era una opción.

Me duche y me marché a mi trabajo, el día pasaba muy lento y tenía una pesadez nada normal en el cuerpo, no quería hacer nada más que dormir, pero el deber llamaba a mi puerta. Las deudas no se costean solas, el tratamiento de Criss es costoso y a eso tenía que sumarle mi último año de nivelación y que reunía para entrar a estudiar en algún instituto.

Estuve sentada por un largo rato, pues no teníamos clientes en el cafetín. La campana avisó el ingreso de algunas personas al local, me levanté rápidamente, acomodé mi delantal y fui a la barra por unas cartas. Cuando me di vuelta era un gran grupo de jóvenes marines. Diría que no pasó nada y solo eran clientes, pero no, sinceramente algo dentro de mí se tensó, los miré uno a uno, pero ninguno era él.

Sabiendo esto, me dirigí a ellos y les entregué las cartas.

—Bienvenidos —Indique de manera cordial, pero uno de esos tontos me guiñó el ojo y al tomar la carta, me propinó un ligero roce.

—Tráeme lo de siempre —Comento uno alto y corpulento, acto seguido todos comenzaron a reír.

Le propiné una mirada de hastío.

—Cuando los jóvenes se decidan les tomaré la orden —dije intentando modular un tono de voz amable, pero hay cosas que no puedo evitar.

—Señorita, disculpe quiero una taza de chocolate caliente —Escuche decir a mis espaldas.

Cuando me volteé se encontraba Santos alias el ignoto, de manera inmediata tense mi rostro y este parecía estar sorprendido de verme allí.

—Seguro —respondí, tratando de anotar, pero mis manos se entorpecieron.

—Un gusto saludarla nuevamente señorita —comentó haciendo esa tonta reverencia.

Lo miré sin decir nada y caminé para dejar la orden, no habían pasado cinco minutos, cuando el cafetín estaba invadido de marines, sonriendo y haciendo comentarios. Cada uno tenía una historia más asombrosa que la otra, o al menos eso querían hacer ver, mientras que santos solo saboreaba su taza de chocolate y no dejaba de observarme.

Eran casi las diez de la noche y aún estaban allí, mire a Ross y este levantó amablemente su mano para recibir el delantal, solo éramos tres chicas atendiendo, pero teníamos turnos para poder tomar el día de descanso y cumplir con los turnos. Sentía pesar de dejarlo solo con el cocinero, pero tenía que llegar a casa para alistar algunas cosas y estudiar.

—Ve tranquila, hoy cerraré un poco más tarde.

—Discúlpame —dije mientras daba algunos pasos a la salida.

—Señorita, espereme —lo escuche, pero no quise detenerme y disimule pues al salir coloque mis audífonos.

Este corrió un poco y me alcanzó.

— ¿Siempre eres así de necia? —interrogó.

—Disculpa —respondí retirando mis audífonos.

—Sabias que para que suenen tiene que estar conectados, más si son de este modelo —se sonrió un poco.

—Me resta audición —Protesé.

Caminó un rato junto a mí sin decir nada, solo con sus manos dentro de los bolsillos, pues era una noche muy fría.

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