Chapter XXXVII.

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Capítulo 23.

"Los lestrigones no son amigos de los espartus"

Katherine tuvo sentimientos encontrados cuando las ruedas se desprendieron. Había sido un viaje fantástico, sí, los primeros diez minutos. A ella no le molestaba la velocidad, todo lo contrario, amaba la adrenalina que viajaba por sus venas, el aire golpeando su rostro y la libertad que sentía, sin embargo no fue tan divertido cuando Frank vomitó dos veces producto a viajar a la velocidad del sonido.

Ella no contribuyó a mejorar la situación. No paraba de murmurar:

—Mil doscientos kilómetros por hora. Mil trescientos. Mil trescientos cinco. Rápido. Muy rápido.

El caballo se dirigió a toda velocidad al norte a través del estrecho de Puget y pasó zumbando junto a islas, barcas de pesca y sorprendidos bancos de ballenas.

Pronto llegaron a tierra firme. Siguió la autopista hacia el norte, corriendo tan rápido que los coches parecían estar quietos. Finalmente, cuando estaban entrando en Vancouver, según lo que exclamó Frank sorprendido, las ruedas del carro empezaron echar humo.

—¡Hazel! —chilló Frank—. ¡Esto se está rompiendo!

Ella captó el mensaje y tiró de las riendas. Al caballo no parecía hacerle gracia, pero redujo la marcha a velocidad subsónica mientras pasaban volando por las calles de la ciudad.

Por fin Arión se detuvo en lo alto de una colina boscosa. El caballo resopló de satisfacción, como diciendo: «Así se corre, pringados».

El carro humeante se desplomó y arrojó a Percy, Katherine, Frank y Ella sobre la tierra húmeda cubierta de musgo.

Katherine se levantó tambaleante, cuando pudo encontrar cierta estabilidad se quitó el barro del pelo y de la ropa como mejor pudo, el disgusto evidente en su rostro. Percy gimió y empezó a desenganchar a Arión del carro destrozado. Ella revoloteaba aturdida, pegándose contra los árboles y murmurando:

—Árbol. Árbol. Árbol.

Hazel era la única que no parecía afectada por el viaje. Se deslizó de la grupa del caballo sonriendo con regocijo.

—¡Qué divertido!

—Sí —Frank dijo sin ánimos, su rostro completamente verde. Estaba claro que del grupo, él le había afectado más el viaje, el opuesto de Hazel exacto—. Divertidísimo.

Arión relinchó.

—Dice que necesita comer —tradujo Percy acercándose a Katherine y envolvió sus brazos entorno a ella, descansando su barbilla en la coronilla de la chica—. No me extraña. Debe de haber consumido unos seis millones de calorías.

Katherine tarareó sintiendo un hormigueo en todo su cuerpo. Examinó su alrededor, pero no había ni un rastro de oro. Hazel frunció el ceño.

—No percibo oro por aquí... No te preocupes, Arión. Te encontraré un poco. Mientras tanto, ¿por qué no vas a pastar? Nos reuniremos...

El caballo se marchó zumbando, dejando una estela de vapor a su paso.

Hazel frunció el entrecejo.

—¿Creen que volverá?

—No lo sé —dijo Percy, alejándose de Katherine cuando se sintió mejor. Pudo notar como la chica poseía un ligero resplandor en su piel, similar a la que permanecía en él mismo—. Parece un poco... espíritu libre.

Hazel puso una expresión triste y Katherine intentó sonreírle.

—Yo creo que volverá, pero... a su ritmo. Quizá necesita algo de tiempo consigo mismo, ya sabes, tanto tiempo encerrado...

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