Cap. 23: Ciclo

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Dicen que la semilla del mal siempre perdura. Aunque se elimine el problema de raíz, siempre queda algo, aunque sea muy pequeño. Así que... yo soy la prueba viviente de ello... aunque no quiero ser malvada... ya no más.

Han pasado ya cien años desde la derrota de Muzan Kibutsuji, a manos de aquel chico de los pendientes de hanafuda. Cien años en los que yo no he dejado de extrañarlo y de pensar en él cada día. Cien años en los que he deseado hacer las cosas de otro modo. Cien años en los que no he dejado de amarlo. Lamento mucho no haberme despedido de él por lo menos. No le dije adiós y esa discusión fue la última vez que hablamos. Y la última vez que lo ví con vida, pues recuerdo perfectamente el haber visto cuando su cuerpo se calcinaba a la luz del Sol, sin dejar rastro de él. Pero... estaba tan enfadada que no podía pensar en otra cosa más que maldecirlo sin saber que, esa noche, mis maldiciones se cumplirían. Muzan... lo siento mucho. Lo lamento de verdad. Hay muchas cosas que quisiera decirte. Hay muchas cosas que desearía contarte. Nunca volví a enamorarme ni a ser la misma de antes. Nunca podría amar a alguien así como te amé y, aún te amo. Así como Yushiro pinta todos los días a su amada Tamayo, yo escribo sobre ti. Nuestra historia fue tan corta que ni siquiera pude disfrutar verdaderamente estar a tu lado. Desearía poder verte, aunque sea por un segundo y decirte lo mucho que te amo y la falta que me haces. Pero estás en el infierno y pasará mucho tiempo para que puedas redimirte y reencarnar y no sé si alcance a verte. Deseo que seas feliz cuando eso suceda, aunque no sea a mi lado. No pasa un día en que yo no te piense, Muzan Kibutsuji. No hay un segundo en el que yo no te imagine aquí, a mi lado, viviendo juntos, siendo felices y amándonos inmensamente. Desearía llegar a casa y verte aquí, recibiéndome feliz, para luego, comer juntos, descansar, ver alguna película, cenar juntos... dormir a tu lado, abrazándote y sintiendo el calor de tu cuerpo y así, sentirme segura. Sí, desearía tener esa vida aburrida y tranquila a tu lado. Pero esa guerra debías perderla para que ya no continuaras dañando a nadie más.

En cuanto a mí... aquella mañana tan triste, cuando te ví morir, el Sol tocó mi cuerpo y comencé a quemarme. Las lágrimas que corrieron por mi rostro se evaporaban. Me quedé ahí, de rodillas y llorando, esperando que el Sol me quemara por completo. No me dolía en absoluto. Era más el dolor de mi corazón. De pronto... mi cuerpo empezó a regenerarse y dejé de quemarme. Con sorpresa vi como resistí el Sol. Y fue cuando lo supe: mi castigo sería vivir la eternidad sola, pues ya no quedaban demonios, a excepción de Yushiro.

He vivido en diferentes ciudades, ejerciendo aquello que tanto soñé: ser docente. Hace unos años, terminé mis estudios y fue como pude ejercer. También me dediqué a estudiar música, especializándome en el piano y el canto y aprendí a dibujar también. Ya no consumo humanos desde hace cien años, que fue cuando tú falleciste, Kibutsuji. En su lugar, consumo pequeñas cantidades de sangre y he podido consumir comida humana, por lo que la sangre que dejaste en mi cuerpo ya está muy diluída. Ya queda muy poco de ti en mí. Vivo sola, en un departamento. Te tengo tan presente que, incluso, el departamento es para una familia y no para una chica atrapada en sus dieciocho años, que es soltera, imaginando que vivo contigo. Me ha tocado salir muy noche del colegio y llegar a casa muy agotada, deseando tenerte ahí y ser lo primero que mis ojos vean cuando abro la puerta... pero, en su lugar, me recibe el silencio y esa oscuridad que me sobrecoje, hasta que enciendo la luz y, en la sala, sólo veo aquel dibujo que hice de ti. A ese dibujo enmarcado le hablo y le cuento como estuvo mi día. No sé que tanto he perdido la razón, pero... es lo único que me queda. Desconozco cuanto tiempo podré vivir ya, pero lo que me quede de vida, lo pasaré pensándote a cada segundo que pase y arrepintiéndome por haberte abandonado.

Recientemente, en el departamento de al lado, se ha mudado una familia a vivir. Son sólo una pareja de adultos de mediana edad y su hijo, un chico que, en palabras del casero, no debe sobrepasar los veinte años y al cual, no he tenido la suerte de conocer, pero son tan silenciosos que, a veces parece como si no estuviesen. Sé que ellos están ahí porque, todas las mañanas, me encuentro a los padres en el elevador y me saludan de manera educada. Por las tardes, cuando tengo tiempo de ir a comer, los veo de nuevo y cruzamos sólo ese típico saludo. Luego, salgo de nuevo y no regreso hasta la noche. Veo la luz de su departamento encendida y me imagino a los tres sentados a la mesa, compartiendo comida y comentando su día... y siento un poco de envidia. Camino a mi departamento, vacío y oscuro, sólo tu dibujo en mi sala. Pero... tu imagen no me puede abrazar... y eso me duele como no tienes una idea.

Oscuridad (Muzan x tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora