17. SIEBZEHN

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FREY

A Frey le gustaban los trajes elegantes.

Porque él disfrutaba juntar cada parte como si fuera un rompecabezas: primero los pantalones, luego la camisa, el chaleco, la corbata y finalmente la chaqueta encima. Su traje era todo negro, lo único de color que portaba era el rojo en su corbata. El chico Stein se peinó el cabello y se dio cuenta que ya necesitaba un corte porque mechones rebeldes sobresalían de sus orejas y cuello. Su reflejo en el espejo le hizo notar esos pómulos prominentes que había heredado de su padre, así como el color de sus ojos. Frey bajó la mirada a sus pies y notó que había un pequeño espacio entre sus zapatos y la bota del pantalón, ¿había crecido de nuevo? ¿Cuándo dejaría de hacerlo?

Frey suspiró y se dio la vuelta para salir de su habitación. La ceremonia de agradecimiento era uno de los pocos eventos sociales en P.R.E.Y, donde le permitían a las familias de los pacientes enviarles ropas como el traje que llevaba puesto para la ocasión. Su hermana lo había escogido para él y había hecho un buen trabajo. Aunque, su prioridad seguía siendo llegar al sótano, si faltaba al evento sería sospechoso, y se perdía de una oportunidad de hablar con Luna y Balkan, los encargados de recolectar más información.

El pasillo estaba silencioso, sus pasos eran lo único que se escuchaba mientras avanzaba. Frey ojeó los grandes ventanales a un lado, estaba nevando de nuevo, los copos resaltaban en la oscuridad al otro lado. Esa era una de las cosas que ya le fastidiaba, en su casa no nevaba tan seguido en invierno y en ese maldito lugar parecía ser algo de todos los días.

Y ese clima le recordaba a su madre. Él se detuvo, observando la vista oscura al otro lado de los ventanales.

—¿Cómo fue? —Él le había preguntado a Leigh cuando estaban en el auto después del plan de Jaeda.

—¿Cómo fue qué?

—La muerte de mamá.

Leigh se tensó en el asiento y luego tomó una respiración profunda.

—Fue... —Sus ojos se enrojecieron—. En paz... ella... no tenía miedo, era como si estuviera lista desde hace mucho tiempo.

—¿Lloró? —preguntó Frey con el corazón estrujado.

—Sí, creo que por no poder despedirse de ustedes. Tal vez esa era el único arrepentimiento que sintió en ese momento.

Frey se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y siguió su camino, esta vez sus pasos no eran los únicos que resonaban, el ruido de tacones provenía de la dirección opuesta y cuando miró al frente, la vio: Raella.

Tenían que dejar de encontrarse en pasillos de esta forma. Su cabello negro iba en una cola alta y perfecta como de costumbre, sus ojos delineados y sombreados, sus aretes dorados hacia juego con su collar y las pulseras en sus muñecas. El vestido negro se apegaba a cada parte de su cuerpo como una segunda piel y Frey no podía dejar de mirarla. Para él, Rae siempre había sido una obra de arte, desde la simetría de su rostro hasta lo expresivos que eran sus ojos y su sonrisa.

Frey se permitió recordar todas las veces que jugaron juntos cerca del riachuelo que dividía las propiedades de sus familias, las cuales cometían actos que ellos como niños no entendían muy bien hasta que llegó la adolescencia y cada atrocidad o acción cuestionable cobró sentido, y pesó en ellos.

Raella ya no sonreía tanto y las ojeras bajo sus ojos eran más pronunciadas, a pesar de todo, cuando tenían dieciséis, ella lo besó. Fue un roce fugaz, pero suficiente para que Frey sintiera tantas cosas a la vez que lo abrumaron y se alejó del lugar por unos días.

Frey (Darks #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora