XX. ZWANZIG

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XX

RAELLA

«Deja de llorar, Raella.»

Las palabras de su padre se quedaron grabadas en su cabeza desde que tenía seis años. Bruno, un perrito con el qué había crecido, había muerto y ella no paraba de llorar, era la primera vez que experimenta un duelo, no entendía muy bien el dolor en su pequeño pecho, y su padre, en vez de consolarla, le reprochó las lágrimas y la hizo sentir mal por expresar su tristeza.

Así que, ella aprendió en ese momento que llorar no era algo bueno, o algo que pudiera hacer frente a su padre. Sus hermanos mayores se burlaban de ella constantemente. Al ser la única niña de la familia, creció luchando contra las expectativas imposibles de su padre, quien se regocijaba en los logros miserables de sus hijos varones, pero a ella pocas veces la felicitaba, sin importar que fuera el mejor promedio durante toda su vida escolar, o que se ganara premios en cualquier deporte qué practicara.

Por eso, Raella no lloraba con frecuencia, ni tampoco demostraba emociones con facilidad. Rodeada por sus hermanos y su padre, ella desarrolló muchos de los comportamientos qué veía en ellos: desapego emocional y frialdad. Esto causó que no conectara con muchas personas en su niñez o en su adolescencia. Raella ya estaba resignada a qué su vida sería solitaria, qué no tendría amigos. Se volvió autosuficiente y muy buena para estar sola.

Su madre era un fantasma qué vivía en las sombras de su padre. Pocas veces le había hablado en la vida, y a Raella, que era muy inteligente desde pequeña, no le tomó mucho tiempo descubrir qué su madre vivía drogada, combinando pastillas para dormir con vino. Y aunque ella era una niña, una noche la enfrentó en el estudio. Su madre llevaba puesto un vestido blanco de seda, su cabello negro hecho un desastre alrededor de su rostro. Las ojeras eran tan visibles como los huesos de su clavícula. 

—No debes mezclar esas pastillas con alcohol, madre —dijo Raella de apenas ocho años. Su voz carecía de alguna emoción.

Su madre levantó la mirada, sus ojos desenfocados y se echó a reír.

—Eres... —La señaló con el dedo—. El retrato de tu padre.

—¿Por qué?

—¿Por qué qué? —Respondió su madre, aun riéndose un poco.

—¿Por qué haces esto?

—Eres muy pequeña para entenderlo.

—Soy la mejor de mi clase, inténtalo.

La sonrisa de su madre se desvaneció poco a poco.

—¿Sabes cómo conocí a tu padre?

—En una fiesta. —Recordó Rae, su padre lo había mencionado en una cena familiar.

—Una fiesta... a la qué asistí con mi prometido —Contó su madre, su rostro contraído en dolor y nostalgia—. Prometido que no era tu padre. Mi primer amor, el hombre con el qué planeé la vida entera, estábamos celebrando esa noche. Lamentablemente, llamé la atención de tu padre. Insistió de todas las formas en acercarse a mí, y me negué una y otra vez. Cuando salimos de ahí, los hombres de tu padre golpearon a mi prometido hasta dejarlo al borde de la muerte, y tu padre me dijo que si no me iba con él, terminarían de matarlo. No tuve otra opción y aquí estamos.

Raella estaba horrorizada. Sabía qué su padre no era un santo, pero todo esto qué describía su madre era demasiado, incluso, para él.

—Pero... has vivido con mi padre mucho tiempo, tienes cuatro hijos con él. No entiendo.

Su madre se acercó a ella y le tomó el rostro, era la primera vez qué Raella sentía cualquier tipo de afecto físico de su parte.

—Escúchame bien, Raella. En este mundo, hay muchos hombres malos con poder y dinero, que pasaran por encima de lo que sea para obtener lo que quieren. Debes tener mucho cuidado. —Su madre besó su frente y se apartó—. Eres muy inteligente. No confíes en nadie, se cuidadosa y no tengas expectativas ni esperes qué alguien te salve. Quiero que seas fuerte, independiente y le devuelvas los golpes a la vida.

Frey (Darks #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora