Con cada sonrisa de la luna,sin falta,Claire soñaba con su infancia.
Siempre procuraba quedarse en vela las noches en que el cielo estaba tachonado de estrellas y la luna era apenas un zarpazo en la bóveda oscura,un astro que sonreía con aire provocativo mientras miraba hacia abajo,hacia el mundo,igual que las mujeres de las vallas publicitarias de los cincuenta,tan hermosas y sonrientes mientras anunciaban cigarrillos y limonada.Esas noches de verano,Claire trabajaba en el jardín a la luz de las farolas de batería solar que flanqueaban el sendero principal,desherbando y podando los arbustos y las plantas de floración nocturna,como la dama de noche y el árbol de trompetas,el jazmín de la India y la planta del tabaco.No formaban parte del legado de flores comestibles de las Wawerley,pero como padecía insomnio con frecuencia,Claire había incorporado las flores al jardín para tener algo que hacer por las noches,cuando los nervios y la frustación le chamuscaban el dobladillo del camisón y le saltaban chispas en las yemas de los dedos.
Siempre tenía el mismo sueño: carreteras largas,como serpientes infinitas;ella durmiendo en el coche por las noches,mientras su madre frecuentaba el trato con hombres en bares y cafés;vigilando mientras su madre robaba champú,desodorante,carmín de labios y a veces una chocolatina para Claire en algún drugstore del Medio Oeste.Luego,siempre,justo antes de despertarse,se le aparecía su hermana Sydney,rodeada de un halo de luz.Lorelei tomaba a Sydney en brazos y corría a la casa Wawerley en Bascom;Claire conseguía irse con ellas únicamente porque se agarraba con todas sus fuerzas a la pierna de su madre y no la soltaba.
Esa mañana,cuando se despertó en el jardín trasero,Claire sintió el regusto de la contrición en la boca.Frunció el ceño y lo escupió.Le remordía la conciencia el modo en que había tratado a su hermana cuando eran pequeñas,pero los seis años de la vida de Claire antes de que Sydney llegara al mundo habían estado marcados por el miedo constante a que la sorprendiese la policía,a que alguien le hiciera daño,a no tener suficiente comida,gasolina o ropa de abrigo para pasar el invierno.Su madre se las arreglaba para salvar la situación,pero siempre en el último momento.Al final,nunca las pillaban,y Claire no sufría daño alguno.Cuando la primera ola de frío anunciaba el color cambiante de las hojas,su madre,como por arte de magia,sacaba unos mitones azules con copos de nieve blancos,ropa interior térmica de color rosa para ponerse debajo de los vaqueros y un gorro con una borla suelta en lo alto.Esa vida nómada había sido aceptable para Claire,pero era evidente que Lorelei creía que Sydney merecía algo mejor,una vida más estable,arraigada en algún sitio.Y la niña asustada que habitaba en el interior de Claire jamás se lo había podido perdonar.
Tras recoger las podaderas y el desplantador que tenía a su lado,se incorporó de golpe y echó a andar a través de la neblina del alba.en direción al cobertizo.Se detuvo de improviso.Se volvió y miró a su alrededor.El jardín estaba en silencio y húmedo,y el temperamental manzano al fondo del terreno se estremecía levemente,como en sueños.Varias generaciones de Wawerley habían cuidado de aquel jardín.
Su pasado iba ligado a aquella tierra,pero también su futuro.Algo estaba a punto de suceder,algo que el jardín aún no parecía estar listo para contarle.Tendría que mantener los ojos bien abiertos.
Se metió en el cobertizo y se puso a limpiar cuidadosamente el rocío de las viejas herramientas y a colgarlas en su sitio en la pared.Cerró con llave la pesada verja del jardín y,a continuación,atravesó el sendero de la parte posterior de la casa de estilo Reina Ana que había heredaro de su abuela.
Claire entró por la puerta trasera y se detuvo en la galería acristalada,reconvertida en sala para secar y limpiar las hierbas y las flores.Olía intensamente a lavanda y menta,como si acabara de acceder a un recuerdo navideño que no le perteneciera.Se quitó el camisón blanco pasándoselo por la cabeza,lo arrugó hasta formar una bola y entró desnuda en la casa.Le esperaba un día de mucho trajín:tenía que preparar el cáterin para una cena esa noche y,como era el último martes de mayo,le tocaba hacer el reparto de fin de mes de los encargos de jaleas de lilas,menta y pétalos de rosa y los vinagres de capuchina y flor de cebollino para el mercado y la tienda de productos gourmet de la plaza,adonde los alumnos del centro universitario del Orion College solían acudir después de clase.
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El jardín de los hechizos
ParanormalDos mujeres con el corazón herido,un árbol que predice el futuro,un hombre enamorado que no teme exponerse al dolor... Para escapar de la pesadilla en que se ha convertido su vida y,sobre todo,para proteger a su hija, Sydney Wawerley decide regresar...