Bay y ella bajaron en silencio por las escaleras,sumidas en la oscuridas de las primeras horas del alba.Desde la casa de al lado,Susan podía ver las puertas delantera y trasera,de modo que daba a la parte del jardín lateral que su vecina no alcanzaba a ver desde su casa.Previamente,Sydney ya se había ocupado de desmontar la mosquitera,de manera que lo único que tuvo que hacer fue abrir la ventana sin hacer ruido y ayudar a Bay a pasar delante.A continuación,arrojó al suelo su bolsa,otra maleta que había preparado y la pequeña mochila de Bay,que había djjado que preparase ella sola,llena de objetos secretos capaces de reconfortarla.Sydney atravesó la ventana y guio a Bay a través de las hortensias hacia el aparcamiento que había cerca de su casa.Greta,la mujer del parque,le había dicho que dejaría el Subaru aparcado delante de la manzana de casas que comenzaban en el número cien de la calle de arriba.Dejaría las llaves en la visera del coche.No tenía seguro y la matrícula correspondía a una placa antigua,no estaba operativa,pero eso carecía de importancia.Lo que importaba era que se las llevase de allí.Estaba chispeando,y ella y Bay echaron a correr por la acera,sorteando los charcos de luz de las farolas.
A sydney le chorreaba el flequillo y se le metía en los ojos cuando al fin se detuvieron frente al número cien de las hileras de casas.Miró a su alrededor con impaciencia .¿Dónde estaba?Dejó a Bay y echó a correr por el aparcamiento.Solo había un Subaru,pero era demasiado bonito para que no hubiese costado más de trescientos dólares.Además,estaba cerrado y dentro había papeles y una taza de la tienda de Eddie Bauer.Aquel coche pertenecía a otra persona.
Echó a correr de nuevo por el aparcamiento y miró en la fila de arriba para asegurarse.E lcoche no estaba allí.
Volvió corriendo junto a Bay,sin aliento,horrorizada ante el hecho de que el pánico la hubiese obligado a dejar sola a su hija,aunque solo fuese un minuto.Se estaba volviendo descuidada,y eso no se lo podía permitir.No en ese momento.Se sentó en el bordillo,entre un Honda y una ranchera Ford,y enterró la cara en las manos.Haber reunido todo aquel valor para nada...
¿Cómo podía llevar a Bay de vuelta a allí,tal y como estaban las cosas?No podía ser,no sería Cindy Watkins nunca más.Bay se sentó acercándose a ella y Sydney la abrazó.
-Todo ira bien,mami.
-Ya lo sé,tesoro.Vamos a quedarnos aquí un ratito sentadas,¿de acuerdo? Deja que mami piense qué vamos a hacer.A las cuatro de la madrugada,el aparcamiento estaba desierto,razón por la que Sydney levantó la cabeza de golpe cuando oyó acercarse un coche.Atrajo a la niña hacía sí para esconderse detrás de la ranchera y evitar ser vistas.¿Y si era Susan?¿Y si se lo había dicho a David?
Los faros del coche iban aproximandose poco a poco,como si buscaran algo.Sydney protegió a Bay con su cuerpo y cerró los ojos,como si eso pudiera servir de ayuda.El coche se detuvo.Se oyó un portazo.
-¿Cindy?
Levantó la vista y vio a Greta,una mujer rubia y bajita que siempre llevaba botas de cowboy y dos anillos de turquesas enormes.
-Oh,Dios santo...-murmuró Sydney.
-Lo siento-dijo Greta,arrodillándose delante de ella-.Lo siento mucho.Intenté aparcar aquí,pero el tipo que vive ahí me pilló y me dijo que iba a llamar a la grúa.He ido pasando por aquí cada media hora,esperándote
-Oh,Dios...
-Tranquila,tranquila...Greta ayudó a Sydney a ponerse en pie y la llevó a ella y a Bay hasta una ranchera Subaru con un plástico que cubría una ventanilla rota en el lado del pasajero y manchas de óxido por todo el guardabarros.
-Conduce con cuidado.Vete lo más lejos posible.
Greta se despidió con un movimiento de la cabeza y se subió al asiento del pasajero del jeep que la había seguido al aparcamiento.-¿Lo ves,mami?-había dicho Bay-.Yo ya sabía que todo iba a salir bien.
-Y yo también-mintió Sydney.
ESTÁS LEYENDO
El jardín de los hechizos
ParanormalDos mujeres con el corazón herido,un árbol que predice el futuro,un hombre enamorado que no teme exponerse al dolor... Para escapar de la pesadilla en que se ha convertido su vida y,sobre todo,para proteger a su hija, Sydney Wawerley decide regresar...