CAPÍTULO 5

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Diez días antes
Seattle,Washington

Sydney se acercó a la cama de su hija.
-Despierta,tesoro.
Cuando Bay abrió los ojos,Sydney puso un dedo en los labios de la niña.
-Vamos a marcharnos,y no queremos que Susan nos oiga,así que no podemos hacer ruido.¿Te acuerdas?Tal como lo habíamos paneado.

Bay se levantó sin pronunciar una palabra,fue al cuarto de baño y se acordó de no tirar de la cadena,porque las dos casas compartían la pared medianera y Susan podría oírla.A continuación,Bay se puso los zapatos de suelas blandas y silenciosas y se vistió con todas las capas de ropa que Sydney le había preparado porque esa mañana hacía más frío del que haría lo largo del día,y no iban a tener tiempo de parar para cambiarse.

Sydney empezó a pasearse arriba y abajo mientras Bay se vestía.David se había ido a Los Ángeles en viaje de negocios,y siempre le decía a la señora mayor que vivía en la casa contigua que no perdiese de vista a Sydney y Bay.Durante toda la semana anterior,Sydney había estado sacando ropa y comida de la casa en su bolso habitual,sin romper su rutina de todos los días.Era una rutina impuesta por David,la misma de la que Susan se encargaba de velar.Podía llevar a Bay al parque los lunes,martes y jueves,e ir al supermercado los viernes.Dos meses atrás se había encontrado con una madre en el parque que se había atrevido a preguntar lo que las demás madres no podían.¿Por qué tantos moretones?¿Por qué siempre tan nerviosa?La mujer ayudó a Sydney a comprar un viejo Subaru por trescientos dólares,un buen pellizco del dinero que Sydney había logrado ahorrar los dos años anteriores,sacando billetes de dólar de la cartera de David de vez en cuando,quedándose con la calderilla que se colaba por entre los cojines del sofá y devolviendo a las tiendas,a cambio de dinero en efectivo,artículos que había comprado mediante cheques,de los que David llevaba la cuenta meticulosamente.

Sydney había estado llevando la ropa y la comida a la mujer del parque para que lo metiera todo en el coche.Sydney rezó porque aquella mujer,Greta,no se le hubiese olvidado aparcar el coche donde habían acordado.La última vez que había hablado con ella había sido el jueves,y ese día era domingo.David regresaba esa noche.

Cada dos o tres meses,David volaba a Los Ángeles para comprobar en persona el restaurante que había comprado a medias con otros socios.Siempre se quedaba para salir de fiesta con sus socios,viejos compañeros de la universidad.Volvía a casa feliz y contento,todavía con el subidón,y le duraba hasta que le entraban ganas de sexo y ella no tenía ni punto de comparación con las chicas con las que se había acostado en Los Ángeles.

Antes sí era como aquellas chicas,hacía mucho tiempo.Y los hombres peligrosos había sido su especialidad,igual que siempre había imaginado que lo habían sido para su madre...,una de las muchas razones por las que se había ido de Bascom con apenas nada más que una mochila y unas cuantas fotos de su madre como compañeras de viaje.

-Estoy lista-susurró Bay cuando salió al pasillo donde Sydney estaba paseándose.

Sydney se puso de rodillas y abrazó a su hija.Ya tenía cinco años,era lo bastante mayor para darse cuenta de lo que pasaba en casa.Sydney trataba por todos los medios de evitar que David ejerciese algún tipo de influencia sobre la niña y,por un acuerdo tácito,él no hacía daño a la pequeña siempre y cuando Sydney hiciese todo cuanto él decía.Sin embargo,de ese modo Sydney estaba dando muy mal ejemplo a su hija.Pese a todos sus defectos,Bascom era un lugar seguro,y merecía la pena volver a un sitio que ella detestaba solo para que Bay conociese por fin qué era sentirse segura.

Sydney se apartó de su hija antes de que se le escapasen las lágrimas de nuevo.
-Vamos,cielo.
Se le daba bien largarse.Lo había hecho a todas horas antes de conocer a David.
Ahora,el miedo que le daba hacerlo hacía que le costase respirar.

El jardín de los hechizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora