CAPÍTULO 9

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Sydney aparcó la Subaru junto a un mono volumen blanco en la parte posterior de la casa, delante del garaje independiente.Bay se bajó de un salto, pero Sydney salió un poco más despacio.Cogió su bolso y la mochila de Bay y, a continuación, rodeó el coche y desatornilló la matrícula del estado de Washington.La metió en la bolsa.Ya estaba.Así no habría pistas sobre dónde habían estado.

Bay esperaba de pie en el camino de entrada que separaba la casa del jardín.

-¿De verdad vamos a vivir aquí?-preguntó por enésima vez desde que habían aparcado delante de la casa esa mañana.

Sydney inspiró hondo.Dios, no se lo podía creer...

-Sí.

-Es una casa de princesas-Se volvió y señaló la puerta abierta del jardín-.¿Puedo ir a ver las flores?

-No, esas son las flores de Claire.

Oyó un golpe sordo y vio cómo una manzana salía rodar del jardín y se detenía justo a sus pies.Se la quedó mirando un momento.A ningún miembro de su familia le había parecido extraño que tuvieran un árbol capaz de predecir el futuro y arrojar manzanas a la gente.Aún así, aquella bienvenida era bastante más cálida que la que le había brindado Claire.Devolvió la manzana al jardín de una patada

-Y no te acerques al manzano.

-No me gustan las manzanas.

Sydney se puso de rodillas delante de Bay.Le colocó el pelo por detrás de las orejas y le alisó la camisa.

-Bueno, dime,¿cómo te llamas?

-Bay Wawerley.

-¿Y dónde naciste?

-En un autobús de Greyhound.

-¿Quién es tu padre?

-No lo sé.

-¿De dónde eres?

-De todas partes.

Tomó las manos de su hija.

-Entiendes por qué tienes que responder esas cosas,¿ verdad?

-Porque aquí somos diferentes; aquí no somos las que éramos antes

-Eres increíblemente lista.

-Gracias.¿Crees que le caeré bien a Claire?

Sydney se puso de pie y tardó un momento en recobrar equilibrio cuando vio aparecer unas manchas negras delante de los ojos y el mundo se tambaleó por un instante.Sintió un hormigueo en la piel, como si tuviera la carne de gallina y le dolía al pestañear.Estaba tan cansada que casi le era imposible caminar, pero no podía permitir que Bay la viera así, y, desde luego, tampoco pensaba dejar que Claire la viera así.Acertó a esbozar una sonrisa.

-Estaría loca si no le cayeses bien.

-A mí me cae muy bien.Es como Blancanieves.

Entraron en la cocina a través de la galería acristalada y Sydney miró a su alrededor maravillada.La cocina había sido reformada, ampliada con el anexo de la mayor parte del comedor contiguo.Era toda de acero inoxidable, con un aire extremadamente profesional, y había dos frigoríficos industriales y dos hornos.

Se dirigieron en silencio a la mesa de la cocina y se sentaron, viendo cómo Claire ponía la cafetera a hervir e introducía dos tartaletas en la tostadora.Claire había cambiado, no de forma radical, sino en los pequeños detalles, como el modo en que va cambiando la luz a lo largo del día:con un ángulo distinto, con una tonalidad distinta.Se comportaba de forma distinta, y ya no tenía ese aire de persona egoísta, de persona ambiciosa.Parecía cómoda, igual que su abuela.《No me obligues a moverme de donde estoy y estaré cómoda》, solía decir.

El jardín de los hechizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora