CAPÍTULO 11

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Sydney se despertó sobresaltada y consultó el reloj.No había sido su intención quedarse dormida.Avanzó tambaleándose hacia el cuarto de baño, bebió agua del grifo del lavabo y , a continuación, se lavó la cara.Salió del baño y se detuvo a ver cómo estaba Bay, pero no había rastro de la niña en su hacitación.Su cama si estaba hecha, y algunos de sus peluches favoritos ocupaban los almohadones.Comprobó todas las habitaciones de la segunda planta y luego bajó corriendo a la planta inferior , tratando de no sucumbir al pánico.¿Dónde se había metido?

Sydney entró en la cocina y se quedó paralizada.

Acababa de entrar en el cielo, y su abuela estaba justo ahí, en todos y cada uno de los olores.

A azúcar y a dulce.

A hierbas y a amargo.

A levadura y a fresco.

La abuela Wawerley solía cocinar así.Cuando Sydney era pequeña, Claire siempre encontraba la manera de echarla de la cocina, de modo que ella se sentaba en el pasillo de la puerta de la cocina y se ponía a escuchar el borboteo de la salsa hirviendo, el chasquido de los fritos en la sartenes, el golpeteo de las cacerolas, el murmullo de las voces de Claire y la abuela Wawerley.

Encima de la isla de acero inoxidable los cuencos de gran tamaño, uno lleno de lavanda y el otro repleto de hojas de diente de león.Varias barras de pan humeante descansaban en las encimeras.Bay estaba de pie en una silla junto a Claire en la encimera del fondo, y usaba un pincel con el mango de madera para, con suma delicadeza, pintar pensamientos con claras de huevo.A continuación,una por una, Claire extraía las corolas de las flores y las empapaba con cuidado en azúcar glas antes de depositarlas en una bandeja para galletas.

-¿Cómo habéis podido hacer todo eso en apenas un par de horas?-exclamó Sydney con incredulidad, y Claire y Bay se volvieron al unísono.

-Hola-dijo Claire, mirándola con recelo-.¿Cómo te encuentras?

-Estoy bien.Solo necesitaba echar una cabezadita.

Bay se bajó de la silla, corrió hacia Sydney y la abrazó.Llevaba un delantal azul que arrastraba por el suelo con las palabras 《 Cáterin Wawerley 》 inscritas en letras blancas.

-Estoy ayudando a Claire a cristalizar flores para ponerlas encima de las natillas.Ven a verlas.

Corrió de nuevo junto a su silla de la encimera.

-Luego tal vez, cariño.Vamos a buscar nuestras cosas al coche y dejemos a Claire hacer su trabajo.

-Bay y yo lo metimos todo en la casa ayer-le explicó Claire.

Sydney volvió a consultar el reloj.

-Pero¿qué dices? Si solo he dormido dos horas...

-Llegasteis ayer por la mañana.Has dormido veintiséis horas.

El corazón se le subió a la garganta, y Sydney se dirigió tambaleándose a la mesa de la cocina y se sentó.¿Había dejado sola a su hija veintiséis horas?¿ Habría dicho Bay algo de David?¿ La habría arropado o se había quedado su hija encogida de miedo en la cama toda la noche, asustada y sola en su habitación?

-Bay...

-Ha estado ayudándome-dijo Claire-.No habla mucho, pero aprende rápido.Ayer estuvimos todo el día cocinando, por la noche se dio un baño de espuma y luego la acosté.Nos pusimos a cocinar de nuevo esta mañana.

¿Creería Claire que era una mala madre? Lo único de lo que Sydney podía sentirse orgullosa, y ya empezaba a cuestionárselo.Aquel lugar la trastornaba.

El jardín de los hechizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora