Capítulo 20

821 151 21
                                    

Un poco más. Gracias por la paciencia, el respeto, el apoyo y por leer. Abrazos

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Adeline estaba limpiando el jardín de su casa, en el que apenas había césped, algunos árboles alrededor y arbustos. Era sencillo y ordenado, la semana anterior había quitado las malas hierbas, y al hacerlo había encontrado en un rincón un pequeño brote. Ahora había crecido y estaba saliendo un pimpollo, seguramente era una flor silvestre , pero le parecía un tesoro, así que se detuvo a contemplarlo. Además le había sorprendido que creciera tan rápidamente, que aquel milagro sucediera casi en forma desapercibida, al igual que las hojas volvían a los árboles en primavera. Un día los árboles eran ramas secas, y luego estallaban en verdor sin que el ojo humano hubiera podido percibir el cambio. Y pensó que lo mismo sucedía con los sentimientos, a veces uno notaba el brote pero demasiado tarde se daba cuenta de que alcanzaba la plenitud, eso le había sucedido con Joseph Lawrence. No sabía cuándo, pero se había vuelto alguien muy importante en su vida.

Los días siguientes se mantuvo ocupada hasta que pudo ir a dejar el libro de poesía debajo del árbol. Había llenado dos hojas con comentarios y con sus versos favoritos y estaba ansiosa por devolver el libro y que él pudiera leerlo. También quería saber qué se encontraría, aquel intercambio se había vuelto uno de sus momentos de mayores alegrías, no era alguien que disfrutara las sorpresas, la asustaban, pero había cambiado.

Le intrigaba saber qué se encontraría, ¿cuentos, novelas, ciencia, historia o poesía? Cada elección de Joseph era como si quisiera mostrarle algo del mundo, y ella que siempre estaba sedienta de conocimiento sentía que le abrían puertas que su padre le había cerrado. Porque contrario a lo que le pasaba en su casa, el joven Lawrence la consideraba alguien inteligente, le daba la oportunidad de expresarse y la alentaba. Quizás ese era el regalo más precioso que le hubiesen hecho nunca.

Debajo del árbol había dos libros, uno más de poesía y una novela, al hojearla encontró una pequeña ilustración de Londres y detrás escrito un mensaje de Joseph.

"La historia está situada en Londres, espero que las palabras la transporten allí, hasta que pueda conocerla personalmente"

Adeline sonrió emocionada y aferró los libros fuertemente contra su pecho, estaba feliz y agradecida. Incluso se demoró unos instantes para leer el inicio de la novela y algún poema, luego regresó a su casa.

Por primera vez leyó el libro de poesía rápidamente, por dos motivos, porque quería ir despacio con la novela, pero también porque quería leer la nota que estaba al final con los comentarios de Joseph. Añoraba una charla con él y leer sus impresiones sobre el libro y los poemas era lo más parecido que tenía.

Eso, que él pudiera expresar su personalidad a través de la palabra escrita, era otro de los aspectos que la atraían. No sabía cómo , pero cuando leía sus comentarios , podía sentir su calidez, su humor, y su inteligencia. Pero además se sentía respetada, pues le hablaba como a un igual, preguntaba su opinión en lugar de imponer la suya, la consideraba y apreciaba lo que pudiera decir. Nadie, a excepción de su madre, la había hecho sentir así. E incluso su madre, por protegerla solía ponerle frenos " no digas" "no preguntes", mientras que Joseph parecía animarla a ser ella misma. Y ella podía sentir que estaba cambiando, porque había en el mundo alguien como él, ella se sentía un poquito más fuerte.

Lo cruzó casualmente algunas veces en las semanas siguientes, en la iglesia, al ir de compras con su madre. Se saludaron desde lejos y formalmente como dos desconocidos, y en casa ocasión, eso la lastimó. Hubiera querido acercarse y hablar normalmente, preguntarle por Nilo o decirle que estaba amando la novela. Pero no era posible.

Aquella mañana mientras colgaban la ropa que acababan de lavar, Addie le hizo una pregunta a su madre, una que jamás había hecho. Pero ahora mientras Joseph iba ocupando más lugar en su mente, le parecía importante.

-Madre, ¿él alguna vez fue diferente? – preguntó pues la inquietaba pensar que las personas podían cambiar y que se estaba engañando a si misma al ver a Joseph bajo una luz tan positiva. Su madre se quedó callada un rato, como si no la hubiera oído o no hubiese entendido la pregunta, pero luego respondió.

-No, no lo fue. Fue un matrimonio arreglado por mis padres, así que lo vi una sola vez antes de la boda, me pareció serio y callado, tampoco yo sabía demasiado qué esperar de un marido. Addie, mi crianza no fue tan diferente a la tuya – dijo con pesar, luego calló. No había mucho más para decir, pero aquellas palabras y los silencios eran respuesta suficiente. Su padre siempre había sido igual, no había sido un joven amoroso una vez y, luego había cambiado. Quizás eso debiera entristecerla, pero de alguna forma la aliviaba. Podría haber hombres distintos a su padre, podría haber esperanza aunque ella no se animase a desear algo fuera de su alcance. Porque Addie no podía dejar de pensar en que en el invierno ella cumpliría veinte años, en que su tiempo se estaba acabando.

El tema del matrimonio, en sus más diversas formas, también surgió en la reunión de bordado aquella semana.

Una de las damas le preguntó si tenía planes de casamiento, Addie se sobresaltó tanto que se pinchó con la aguja mientras bordaba. Buscó la mirada de su madre casi con desesperación.

-Aún no- respondió la señora Blythe tan sucintamente que no dio tiempo a preguntar nada más. Porque además fue en ese momento que la señora Wellington recordó que tenía un chisme nuevo para contar.

-Hablando de matrimonios, ¿sabían que Amelia Blossom rompió su compromiso con su prometido?- preguntó y se levantó un leve murmullo entre las mujeres.

-¿El de Londres?- preguntó una.

-¿El que tenía un título de nobleza?- preguntó otra.

-Ese mismo, descubrió que estaba apostando toda su fortuna en los salones de juego, así que decidió dejarlo. Creo que le hubiera perdonado una infidelidad, pero jamás que pierda dinero. Además el señor Blossom estuvo de acuerdo, no pensaba dejar los bienes que iba a heredarle a su hija en manos de un jugador.

-Pero ahora le será tan difícil encontrar otro candidato, hicieron tanto alarde de ese compromiso- opinó la señora Turner.

-Yo creo que le irá bien, y seguro será más feliz con otro- dijo Philipa y Addie la quiso más por aquel comentario en defensa de Amelia.No conocía a la joven más que de vista, pero le parecía injusto que ella cargara con la culpa cuando su prometido había cometido una falta, hubiera querido animarse a defenderla, pero como no podía, agradecía que Philipa lo hiciera.

-Voy a casarme- anunció alguien y todas quedaron atónitas. La emisora de tal mensaje era la señorita Berta Ellis, quien a sus sesenta años aún estaba soltera.

-¿Perdón? – preguntó al señora Wellington confundida, creía que se trataba de una broma.

-Que voy a casarme. Mathew Stevens me pidió casamiento y le dije que sí, debí aceptar treinta años atrás cuando me hizo la misma pregunta, pero fui demasiado tonta en aquel momento. Ahora ya no me importa demasiado la opinión ajena, así que me convertiré en la señora Stevens- dijo y todas quedaron mudas. Era sin dudas una noticia inesperada.

-Felicidades – susurró suavemente Addie rompiendo el silencio y la Berta le sonrió cálidamente.

-Gracias, querida – dijo y volvió a retomar su bordado mientras las demás empezaban a salir de su estupor y hacer mil preguntas.

Adeline retomó su bordado con una extraña sensación en el pecho. Sentía admiración por Amelia y Berta que eran valientes como para decir ir contra las reglas, ya fuera romper un compromiso arriesgando su reputación o casarse a una edad que los demás consideraban inadecuada.

Quiso ser tan valiente como ellas, quiso ser quien decidiera su propio destino.

Florecer sin miedo -  Saga Dorsetshire 0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora