La mañana comenzó temprano para Kenny, ya que se despertó naturalmente con el cantar de los pájaros y los primeros rayos de sol matutinos, además de una persistente presencia fuera de su habitación.
Tanto él como Tweek se permitieron empezar la mañana sosegadamente, casi de forma perezosa, con el más joven ligeramente confundido por la repentina calma evidente en su amigo, pero ciertamente aliviado a su vez.
Para cuando Clyde llegó con sus desayunos, ambos estaban ya vestidos e inmersos en un juego de cartas en el que claramente Kenny llevaba la delantera y el joven castaño se unió a la partida una vez los rubios terminaron de comer.La conversación era amena y el ambiente ligero, parecían haber pasado décadas desde que los tres amigos habían podido permitirse un rato de inocente ocio, olvidando por un momento los recientes acontecimientos que habían causado revuelo en palacio durante las últimas semanas.
Kenny, sin embargo, parecía algo inquieto, lanzando miradas furtivas a la puerta de sus aposentos.
–¿Te preocupa la estadía del Almirante Stotch? –Clyde posó su mano sobre el antebrazo de Kenny dándole unas suaves caricias en un gesto tranquilizador.
Mordiendo su labio, Kenny no respondió, en cambio su mirada volvió a desviarse en dirección a la puerta.
–¿Kenny? –Tweek le llamó preocupado ante el silencio del mayor, pero tan pronto como escucho su voz, Kenny pareció salir de su ensimismamiento y súbitamente preguntó:
–¿Os parece si le invito a pasar?
Tanto Tweek como Clyde no encontraron las palabras para responder, enmudecidos por aquella inesperada petición y pasados unos segundos de silencio, ambos pudieron apreciar como las mejillas de Kenny se teñian de rojo, delatando la vergüenza que sentía.
–¡E-es que me mortifica pensar que el almirante está solo ahí fuera mientras nosotros estamos aquí jugando!
La expresión de Clyde se tornó amarga pues no le parecía apropiado que otro alfa rondease a Kenny, como si el príncipe Stanley no fuese ya suficiente. Justo cuando iba a expresar su desacuerdo, Tweek comenzó a hablar.
–Tienes toda la razón Kenny, voy a-
–¡Yo lo haré! –El mayor de los omegas se levantó y dirigió a la puerta antes de que el menor pudiese siquiera terminar su frase, y en ningún momento notó los ojos afligidos del beta fijos en su figura y cada uno de sus movimientos.
Lo sentimientos que Clyde le profesaba a Kenny habían comenzado como un simple enamoramiento adolescente, una fascinación por un misterioso recién llegado en palacio que solía pasear por los jardines sin ser consciente de que su belleza eclipsaba a las de las flores que tanto le gustaba admirar.
Naturalmente, cuando el difunto rey Gerald buscó voluntarios para formar el servicio personal de Kenny, Clyde no tardó ni un segundo en ofrecerse, y nunca le importó haberse ganado el desagrado de la reina, que había dejado muy claro a toda la servidumbre que servir al bastado del rey, o tan siquiera reconocer su existencia, era un ataque efectivo a su dignidad como reina.
Había pasado poco más de un año desde que tomó su decisión y jamás sintió el más mínimo arrepentimiento, sin embargo, haber tenido que ver a Kenny llevarse lo peor de los abusos de la reina le había enseñado el sabor de la rabia y la impotencia. Afortunadamente, la reina Sheila había sido expulsada de palacio, y enviada a un palacete en la provincia de Penhân Sokut.El joven beta observó como el objeto de todos sus afectos y deseos invitaba a entrar al alfa cariñosamente, llegando incluso a insistir cuando el almirante se mostró dudoso ante la oferta.
El alfa finalmente aceptó con una sonrisa y se dejó guiar al interior de la estancia con su brazo entrelazado con el del omega.
La imagen de aquellos dos juntos era irritantemente deslumbrante, y a su vez una estaca en el corazón de Clyde, un amargo recordatorio de que Kenny nunca sería suyo, pues el destino de los omegas está en los alfas, no en un simple beta. Probablemente debería resignarse y dejar atrás sus delirios románticos con el omega, pero su corazón era testarudo y se aferraba a aquellos días en que tuvo la suerte de poder tocar a Kenny, de sentir su suavidad, de enterrarse en su calor.Para empeorar las cosas, el almirante era encantador, agradable y carismático, el absoluto contrario del militar cabeza hueca que Clyde había querido imaginar. Prácticamente sin esfuerzo, el alfa conseguía hacer reír a los jóvenes omegas con sus gracias y ocurrencias; además, cuando se unió al juego, lo hizo incluso más divertido, centrándose en desmantelar juguetonamente las estrategias de los demás sin prestar verdadera atención a su propio juego, como si ganar le fuese indiferente, todo para hacer las partidas más interesantes.
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Los ojos de un Omega
FanfictionUna amenaza de guerra asola al reino de Elven tras el asesinato de su monarca. Kyle, el príncipe heredero, habrá de enfrentarse a duras decisiones, sacrificios y traiciones; pero toda tormenta culmina en un bello claro... ¿o no? Si la pasión y el am...