Abrir Los Ojos

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Aneeka

Un dolor agudo en el cuello me despertó. No supe en qué momento me quedé dormida, o si fui yo la que se durmió primero, pero supuse que en algún punto de la noche reposé mi cabeza sobre el hombro de Rata y simplemente me dormí. En la silla junto a la mía, Rata seguía dormido. Se veía engarrotado, seguramente porque había evitado moverse en lo más mínimo para no despertarme, porque ese era el tipo de hombre que Rata era; del tipo que sacrificaría su bienestar por los demás. Por supuesto que Rata no era su verdadero nombre, pero ese era un secreto que había elegido reservarse para sí mismo. Rata era el nombre que le habían dado en las calles y con el cual se sentía más cómodo porque lo había llevado por mucho más tiempo que el otro.

No sé qué habría sido de Fergus y de mi si no lo hubiéramos conocido. Fergus había malgastado el poco oro que logramos juntar antes de abandonar nuestro pueblo natal, y las calles de Windguard no son un lugar muy acogedor para un par de forasteros sin fortuna. Estábamos intentando dormir en la plaza, al aire libre y con el gélido viento congelándonos los huesos, cuando él nos encontró y fuimos tan solo los tres por mucho tiempo, haciendo estafas sencillas a los mercaderes viajantes que pasaban por la ciudad.

Un año después de eso llegó Rudek, y fue cuando empezamos a trabajar más organizados, cambiando nuestra operación para interceptar los cargamentos en el camino. Kroenen apenas llevaba unos meses con nosotros. Lo conocimos una noche cuando estábamos bebiendo en la posada, y por alguna razón Fergus se encariñó de inmediato con él. Francamente, yo no lo soportaba y sabía que Rata tampoco. Cada vez que hablaba era como escuchar uñas arañando sobre la pared; un sonido rechinante y molesto.

Analicé con cuidado su rostro. Sus labios acolchados y su nariz respingada. Sus cejas pobladas, que enmarcaban sus ojos que eran tan azules como el mar, aun cuando estuvieran cerrados en ese momento. Rata dormía muy poco —un hábito que le había quedado de su tiempo viviendo en las calles— por lo que alrededor de sus ojos crecían sobras de un color púrpura grisáceo. Sin embargo, esto no lo hacía menos guapo; por el contrario, ese color contrastaba con el de sus ojos, haciéndolos resaltar. Su cabello color castaño arena en ocasiones parecía tener vida propia, cayendo por los lados de su rostro de manera desorganizada.

No sé porque lo hice, pero sencillamente sentí la necesidad de acercarme y acariciar su cabello. Dio un sobresalto que lo lanzó de la silla al suelo, y me hizo retroceder. Aún medio dormido, me miro confundido, como si no pudiera reconocerme. Sentí el color subiéndose a mis mejillas.

—¿Aneeka? —preguntó.

—Lo siento. Es que te vi incomodo y quería ayudarte a acomodarte el cuello —mentí avergonzada. ¿Que se suponía que debía decirle? ¿Qué me enternecía la expresión en su rostro cuando dormía? ¿Que por alguna razón sentí el impulso de acortar la distancia entre nosotros?

Bostezó, estirando sus brazos por encima de su cabeza.

—Creo que nos quedamos toda la noche en esto. ¿A qué horas llegaron los demás? —me dijo, escudriñando sus alrededores como si intentara ubicarse en el tiempo y el espacio.

Los demás. Ni siquiera me había detenido a pensar en donde estaban los demás, pero no tuve necesidad de subir a nuestra habitación en la segunda plata para saber que Fergus no había regresado en toda la noche. Y tal vez era mejor así, después de lo que había hecho y la manera tan insensible en la que había actuado la noche anterior, prefería tener mi espacio lejos de él. Que triste resultaba eso; sentir la necesidad de estar lejos de la persona que se supone es tu pareja.

La puerta de la casa se abrió de par en par, y por un segundo una penetrante ansiedad se extendió por mi pecho, esperando ver la musculosa figura de Fergus atravesar el umbral, tambaleándose de lo borracho. En lugar de eso, fue Rudek quien entró.

Las Crónicas de Trymar I: Serenata de Ladrones [Versión Español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora