»7« No terminará bien si no intervenimos.

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El sol se filtró por las ventanas apenas cubiertas por tablas. Alejandro empezó a gesticular, el frío disminuyó con la presencia de la estrella brillante. Tú estabas dormida, caiste rendida no hace mucho mientras cuidabas del coronel. Se movió lentamente enfocando su vista, estaba confundido. Por un instante no reconoció el sitio hasta que espavilo por completo. Se sentó con dificultad pero no le dolía nada. Recordó lo sucedido durante la noche y empezó a buscar a su alrededor hasta verte recostada sobre algunos costales, luego palpo sobre su pierna y fue entonces que sacudió la herida. Se puso de pie apenas sintiendo piquetes y un poco de ardor.

— Mierda. — exhaló en sus primeros pasos hasta reponerse. Te miro con atención un momento, estabas con los brazos retraídos, tenías un poco de frío. Te puso la cobija con la que lo habían cubierto.

Abrió la reja que protegían las armas y se armó de nuevo con todo lo que siempre utilizaba. Se quito la chamarra que le habían puesto, se puso las botas, un cinturón y chaleco antibala. Su arnés de armas de cintura y pierna los ajusto bien. Quien quiera que fuera que les haya dado caza y hubiera quemado su rancho, los iba a dejar tres metros bajo tierra.

Alejandro Vargas no había llegado a ser Coronel por su amabilidad y carisma.

En aquel momento tenía resentimiento por las personas que los atacaron. Destruyeron un lugar preciado e intentaban ir por sus hermanos. Cargo con un rifle a sus espaldas después de cubrirse nuevamente con la chamarra y una pistola que jamás podría faltarle.

Te despertó el metal oxidado en las bisagras que rechino cuando Alejandro cerro las puertas del refugio. Tardaste unos segundos en recobrar tu consciencia y te levantaste apresurada para darle alcance. El único vehículo que había aún seguía estacionado dentro así que no llegaría lejos.

— ¡Alejandro! Espera. — Corriste hacia él poniéndote en frente.

— ¿Qué? ¿No estabas dormida? — Se detuvo.

— Rodolfo dijo que no te movieras hasta que él regresara.

— Hay mucho que hacer. Vuelve adentro. — Trato de rodearte pero diste un paso para bloquearlo.

— Por cualquier medio te retendre. Rodolfo fue claro. — Lo viste con determinación. El también lo hizo.

— Vamos. Detenme. — Abrió sus brazos esperando tu respuesta.

— Alejandro es enserio. Él solo quiere asegurarse de que todo esté bien antes de que vuelvas.

— Yo mismo puedo asegurarme de eso. — Volvió a intentar irse. Ahora lo detuviste del brazo. Forcejeó un poco tratando de no parecer rudo.

— Ya basta. — Frunció el ceño manteniendo su mirada.

— Por favor. — Dijiste amable y preocupada. Entonces relajó sus músculos. Su mirada se suavizó. Chasqueo la lengua para luego suspirar y tomar camino de regreso.

Estaba tan acostumbrado a la rudeza de siempre. A las órdenes, a sus subordinados y a sus hermanos con quienes solo mostraba al Coronel Vargas, a excepción de Rudy, era el único que conocía a Alejandro.

Bufaste después de aquella acción. Tampoco eras muy partidaria de ser la chiquilla que alguna vez fuiste. Enterraste mucho de ti junto a tu padre y hermano. Y tu madre también se había encargado de ello. Seguiste los pasos de Alejandro.

• • •

Tan pronto como el reloj marcó las cinco de la mañana Price despertó a todos. Habían salido de la iglesia antes de que alguien llegara. A Carlos le había costado mucho dormir en aquellas tablas y peor, despertarse a esa hora, no había estado jamás en una situación así. El ritmo tan ajetreado que manejaban los militares era un infierno para él. Aún seguía bostezando con el cuerpo pesado mientras caminaban por un sendero en el centro del bosque, debían evitar ser vistos y mayormente porque su ropa llamaba la atención al instante. Apenas tenían unas botellas de agua, no habían comido.

Renegado - Alejandro Vargas©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora