Prologo

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°El monstruo de Bakerstown°

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°El monstruo de Bakerstown°

El sol se deslizaba lentamente tras el horizonte, tiñendo de rojo y naranja el cielo de Bakerstown, un pequeño y tranquilo pueblo de California. Gela Holloway, una niña de diez años, de cabello castaño y ojos marrones, terminaba de barrer el suelo de la pastelería "Dulce Tentación", el negocio que regentaba su madre adoptiva, Anna Holloway.

La joven Gela había llegado a Bakerstown siendo solo un bebé, abandonada en las solitarias calles del pueblo, hasta que Anna la encontró y decidió acogerla, cuidándola como si fuera su propia hija. Desde entonces, Anna se había asegurado de qué Gela tuviera una niñez bonita y segura en el pueblo.

Los días de Gela transcurrían felices entre los dulces aromas de la pastelería, las risas con sus amigos en la escuela y las caricias de su madre. Pero ese día, todo cambió cuando un hombre irrumpió en la pastelería con un cuchillo en mano.

Gela se quedó helada al verlo, dejando caer la escoba. El terror la impulsó a correr hacia la bodega donde Anna preparaba el último pedido del día. Sin embargo, sus pies resbalaron y cayó al suelo. El ruido alertó a Anna, quien salió de la bodega con una bandeja de pasteles. Al ver al intruso acercándose a su hija, dejó caer la bandeja y, con un grito de advertencia, tomó un tubo de metal que había junto a la puerta, dispuesta a defender a Gela.

El hombre la miro fijamente antes de lanzarse sobre ella. En el forcejeo, le arrebató el tubo y la derribó. Luego,  sin piedad, le clavó el cuchillo en el lado izquierdo del abdomen. Anna soltó un alarido desgarrador mientras intentaba, con sus últimas fuerzas, arrancarse el cuchillo, pero el hombre presionaba más fuerte.

Gela, paralizada en el suelo, observaba la escena con los ojos desorbitados de horror. Las lágrimas le caían por las mejillas, incapaz de moverse, de ayudar. Solo podía gritar, una y otra vez, que dejara a su madre en paz. Pero el hombre no la escuchaba. Sus ojos estaban fijos en Anna, a quien parecía decidido a matar.

Gela no comprendía por qué el hombre había irrumpido en la pastelería, ni por qué quería hacerles daño. No lo conocía, nunca lo había visto. Sus pensamientos eran un torbellino de confusión y miedo. Tenía que hacer algo, o su madre moriría. Esa desesperación la quemaba por dentro.
Entonces, algo inexplicable ocurrió. Algo que cambiaría la vida de Gela para siempre. Algo que despertaría un poder dormido en su interior.

Una furia intensa recorrió su cuerpo, transformándose en una energía que salió de sus manos en forma del “Selur único”. Los rayos oscuros impactaron contra el hombre haciéndolo retroceder mientras gritaba de  dolor.

Anna, aprovechando la oportunidad, se arrancó el cuchillo del abdomen y se arrastró hacia Gela abrazándola con fuerza.

—Todo estará bien, ya estamos a salvo —le susurró Anna, su voz entrecortada por el dolor y el llanto.

Gela miró al hombre, viendo como una capa de piedra empezaba a cubrirlo, desde los pies hasta la cabeza, hasta que quedó inmóvil, como una estatua. Una estatua que recordaría siempre lo que acababa de hacer.

Confusión y miedo se mezclaba en la mente de Gela. No entendía cómo había podido lanzar esos Selurs ni convertir al hombre en piedra. No sabía si era un sueño o una pesadilla. No sabía si era una bendición o una maldición. Pero tenía miedo. Miedo de sí misma, de lo que podía hacer. Miedo de lo que los demás pensarían de ella. Miedo de ser diferente, de ser rechazada. Miedo de ser un monstruo.

En ese momento, el sonido de sirenas rompió el silencio, anunciando la llegada de la policía. Y con la policía, llegaron los problemas. Problemas que solo acababan de empezar.

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