Esa mañana desperté bastante temprano, feliz y con una increíble ligereza. Todos mis problemas se veían más sencillos de resolver.
«Bueno, casi todos».
Mis responsabilidades podrían estar cubiertas mucho más fácilmente que antes y no tendría que taladrarme la cabeza cada quincena para extender mi salario. Puse los pies en el suelo y me fui a dar una ducha. Podía darme el lujo de usar agua caliente por horas si así lo quería, porque tendría dinero de sobra para pagar la factura sin preocupaciones. Así que comencé a estrenar ese sueldo, que aún no recibía, pero que ya sabía que venía. Abrí la llave y dejé que el agua me corriera por la piel, primero tibia y luego fui abriendo más la llave del agua caliente y por poco me sentí como la esposa de Khal Drogo. Me enjaboné y enjuagué con mucha calma. A pesar de que no tenía una fecha de inicio, me habían indicado que en pocos días me llamarían para firmar un segundo contrato. Uno con el cliente final. Mientras, me podían mandar a cubrir guardias de personal que entrara de baja por motivos que prefirieron no mencionar, pero que claramente se entendían como accidentes o incidentes laborales. Pero eso no me preocupaba...
No sentí la piel ni el cabello jabonoso, así que salí de la ducha y me fui destilando agua hasta mi habitación. Me sequé un poco con la toalla que había dejado sobre el sillón de la esquina y me puse el último bóxer largo que quedaba en la maleta, unos vaqueros que combinaban con las botas negras que tenía afuera, una camisa manga larga sobre una playera y la chaqueta de cuero. Comencé a armar un morral con algunas playeras y bermudas para estar en casa, los tenis blancos y más ropa interior y calcetines. Metí el estuche viajero de insumos personales y un par de pastillas por si un dolor de cabeza atacaba.
Seguro les daría una agradable sorpresa. Bueno, no era una sorpresa como tal porque no era la primera vez que lo hacía. Metí el cargador del móvil en un bolsillo lateral, abrí la gaveta de la mesa de noche y saqué algo de dinero para esconderlo en uno de los compartimientos secretos del morral —¡uh! Ultra secreto el bolsillo que quedaba pegado a la espalda—. Me quedé observando las cajas de preservativos y decidí guardar una. Quizá tenga algo de suerte. Me tanteé los bolsillos y al no sentir el celular ni la billetera, los guardé en cada bolsillo del pantalón.
Bajé con la mochila al hombro, saltando de dos en dos los escalones y tarareando una canción de Opeth. Cogí una botella de agua y la guardé en otro bolsillo lateral del morral, desconecté la televisión y el refrigerador y me cercioré de que todas las llaves y cerraduras estuviesen cerradas. Al finalizar el chequeo por toda la casa, tomé los cascos, las llaves de mi anterior hogar y las de la Suzuki y entré al garaje. Abrí el portón con el control remoto y saqué la moto.
—Éxito, Nyx. Ya falta menos.
Apunté el control al portón y cuando comenzó a bajar, me puse el casco, abroché el segundo al morral, me subí y encendí la motocicleta y salí picando cauchos.
Al llegar a la avenida principal, busqué colarme entre los pocos autos para tomar la ruta más rápida hacia la autopista. Quizás eran unas quince o casi veinte cuadras más o menos. No estaba tan distante. Pero quería llegar pronto. Decidí ser buen conductor y no me salté ninguna luz roja, pero la paciencia no era lo mío y más cuando estaba sobre una motocicleta que pasaba de cero a cien en menos de cuatro segundos.
—Vamos, intenta ir con cuidado...
Aceleré de lleno durante las cuadras restantes, tuve suerte y pasé semáforos en verde y amarillo... Hasta que di con la entrada a la autopista. Sonreí al ver la señal verde que decía Arvelo, a 135 kilómetros.
—Allá vamos.
Después de una parada de descanso y tres horas de viaje, había llegado. A mi natal Arvelo. No me fascinaba esa ciudad, pero le tenía un aprecio particular, ya que allí había vivido mi horrible infancia y luego mi especial pubertad. Seguí conduciendo a través de las cuadras, más pequeñas y avejentadas que las de Haltes, pero tenía cierto encanto pintoresco y hasta rural. Sin embargo, era una ciudad muy activa, con sus áreas plagadas de enormes edificios y centros comerciales, que conocía bastante bien.
ESTÁS LEYENDO
¿Doble Realidad?
De TodoNykolas Hedderich es un impaciente exmilitar que ahora se desempeña como guardia privado para pagar sus facturas, pero lo que más anhela es conseguir su trabajo ideal, el empleo perfecto que lo saque de todas sus deudas y le brinde la calidad de vid...